Piedras Vivas RC

Cristo asciende a su Padre, completa su misión de redención y ahora toca a su cuerpo místico llevar a cabo lo que desde hace siglos la Trinidad inició. Como hemos mencionado varias veces, nuestra salvación (el bautismo, incorporación en la vida trinitaria) es una segunda creación. Y como en la primera creación, Jesús ahora encomienda a su iglesia el cuidado del universo. Seremos partícipes en esta gran tarea de ser fecundos en la salvación, siempre en nombre de Cristo.

De estar encerrados en el Cenáculo, Cristo empuja a su joven comunidad fuera de la seguridad del nido. Veremos una progresiva expansión de la conciencia misionera de los apóstoles. Pasarán de Jerusalén, a los territorios del medio oriente, hasta llegar a Roma, el corazón del imperio romano. En todos los siglos de la humanidad, el evangelio ha llegado a rincones lejanos. Y sobre todo, este evangelio, que es encuentro profundo con Cristo, ha iluminado tantos corazones.

Que rápido uno pasa de la alegría a la delusión, y la vida te da unas vueltas que nunca esperabas. Estos dos discípulos, regresando con el trago amargo en la boca de la crucifixión de Jesús, son la imagen perfecta de una iglesia desanimada con la espalda hacía Jerusalén. Era más fácil volver a su casa, a lo de antes, a lo que ya conocían. Pero el encuentro con Cristo resucitado tendrá un efecto galvanizante en sus corazones, que les hará dar una vuelta completa, y regresar corriendo a anunciar una noticia increíble a los apóstoles.

Tomás: todos los conocemos como el apóstol que dudó. Y como siempre, estas etiquetas son reducciones mezquinas de una persona a un momento de su vida. En esta meditación queremos trazar el camino de crecimiento, conversión, y maduración en la fe. Y para llegar a eso, tuvo que pasar por una crisis tremenda. Tuvo que pasar de la gran seguridad que tenía en sí mismo, al encuentro personal con el resucitado, y este camino pasó por la noche oscura del alma debajo de la cruz de Calvario.

En esta meditación queremos contemplar los tres lagos en la vida de San Pedro, tres momentos de encuentro con Cristo que fueron ensanchando la visión y el corazón de San Pedro. Estos tres encuentros lo llevaron de un pequeño lago en Galilea a la sede del imperio Romano, y más importante, siguió la invitación de Cristo para remar mar adentro, para encontrar su identidad más profunda; ser hijo de Dios e íntimo amigo de Cristo. A pesar de sus muchos errores, traiciones, y debilidades, Pedro supo encontrar en el corazón de Cristo el verdadero lugar de comunión y de paz.

La resurrección es la piedra angular en la fe de cada persona que se quiere llamar ‘cristiano’. Después de la tragedia de la cruz, vemos cuatro escenas de diferentes encuentros con el Señor resucitado. Cada escena contiene signos concretos, detalles personales, y evidencias claras. Todo eso conduce a un encuentro personal con Jesús, y ese encuentro  es una revolución en los corazones de los discípulos; todos salen diciendo, casi incrédulos pero incapaces de negar los que han experimentado, “He visto al Señor.”

Con dolor y decisión Cristo pone un pie en frente del otro mientras arrastra su cruz hacia el calvario. El mismo había dicho que, “Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios.” (Lucas 9:62) Ahora no hay vuelta atrás, y Cristo toma el trago amargo al fondo. La crucifixión de Jesús es una historia que resume la historia de la existencia humana en su totalidad, su máximo esplendor y sobretodo los momentos más bajos.Cristo empuja los límites mismos de la historia, y en ese momento se parte en dos, y a partir de este momento, Cristo empieza a hacer nuevas todas las cosas.

En la noche de la agonía en el huerto de Getsemaní, vemos a Cristo bajo la enorme presión de lo que le va a costar redimirnos. Como los olivos en la prensa, Cristo reza con insistencia a su padre, y su oración le cuesta sangre. Y una vez más Cristo se somete a la voluntad de su Padre, se pone bajo la ley del amor. Se pone debajo del yugo de la cruz, que se hace cruelmente ligero y pesado al mismo tiempo, todo porque nos amó hasta el extremo.

La celebración de la Pascua es una de los momentos litúrgicos, históricos, y religiosos más importantes para el Pueblo Judio. En los ricos pasajes del Éxodo, vemos como pasan de la tiranía a la liberación, caminando hacia la tierra prometida. Un momento que marcó la memoria y por lo tanto la identidad de una nación entera. Esa misma noche, Cristo, el cordero, víctima, pan eucaristico, el sacrificio de Abel, sacerdote según el orden del melchizedek, y el nuevo Adán, celebra una última cena antes de celebrar él las bodas del cordero y la Pascua definitiva.

Con el Domingo de Ramos, empieza el drama de nuestra redención. Sin duda los apóstoles notan la tensión que sube, tanto en Cristo, tanto entre ellos y tanto en la muchedumbre. Este fermento mesianico está llegando a su culmen, y en esta semana Cristo cumplirá todo, entregará todo, cuerpo y alma a su padre y a su Iglesia.

Para concluir nuestra marcha por la varías predicaciones de Jesús, es oportuno acabar con su enseñanza más importante: cómo orar. ¿Quién no ha escuchado la famosa oración que Jesús enseñó a sus discípulos? Palabras tan fuertes y tiernas como ‘Padre Nuestro,’ tocan tantas fibras en nuestros corazones. En esta meditación estamos llamados a observar al maestro, que nos enseña a ser hijos confiados en el Padre, y con timidez y valentía preguntamos a Jesús: “enséñanos a orar.”

Un pasaje emblemático de la predicación de Cristo. En un sentido podemos decir que es un resumen de la misión de Cristo con cada uno de nosotros y al mismo tiempo una autobiografía de su mundo interior, tan rico en sentimientos y emociones. Cristo, un extranjero en todos los sentidos tanto para los judios como para nosotros (vino a los suyos, y los suyos no lo aceptaron), baja de todas formas para salvar al invalido tirado a lado de la calle. Y con su misma pasión cura nuestras heridas, nosotros abandonados en la miseria de nuestros pecados. Gracias a Dios que él fue el único que no pasó de lado.

Cristo sigue hablando del Reino de los Cielos, una realidad que abraza lo humano y lo divino, sonrisas y lágrimas, amistades y soledades, la totalidad de la existencia. Cristo ha hablado de lo que será nuestra unión con Dios en los últimos tiempos, a donde vamos, pero ahora en esta parábola nos habla de tu vida hoy por hoy en la tierra. Describe una relación única, donde el Creador quiere entablar una conversación con sus criaturas, y donde nos da no solo bienes, sino un sentido de identidad y pertenencia.

Cristo sigue con sus discursos escatológicos, predicaciones que nos habla de dos realidades: los tiempos finales y el hoy. Entre estas realidades, encontramos la tensión del Reino del Cielo, y la constante necesidad de buscar a la persona de Cristo.

Fundamental a muchas de las predicaciones de Cristo es el tema de discipulado. Seguro muchos estaban atraídos por las palabras que salían de la boca de Cristo, y sus palabras tenían un efecto especial en sus corazones.

Cristo ahora en esta predicación se conecta con los que lo escuchan para revelar algo sobre sí mismo y al mismo tiempo quiere revelar algo sobre el corazón, la disposición, y las actitudes de los que lo escuchan. Se identifica con un sembrador, un granjero, alguien que sale en el periodo de la siembra, y con paciencia ansiosa regresa en el tiempo de la cosecha. En un recuerdo, Cristo llama la atención de la gente a uno de los primeros mandamientos de Génesis, “Sed fecundos…” (Génesis 2:15). Este pasaje es una invitación y un reto al mismo tiempo, porque Cristo nos llama a examinarnos en lo más profundo: ¿Cuán dispuesto estoy para escuchar el mensaje de Cristo? ¿Estoy verdaderamente listo para esta vida en abundancia, o debo abrirme aún más a su misericordia, capaz de hacer brotar flores en el desierto?

En esta meditación, vamos a contemplar el núcleo del mensaje y predicación de Cristo. Sería reductivo decir que Cristo solo vino a predicar una misericordia barata, un indulto general a todos, sin entrar en relación con la vida de cada persona que realmente necesita una mirada de amor. Cristo con varias imágenes está tejiendo el tapiz maravilloso de la dinámica trinitaria y pintando el proceso y el camino que nos toca a todos: la casa del Padre es comunión, no tanto la estructura como la ley o las reglas.

Cristo dedicó la gran mayoría de su ministerio a la predicación, algo que muchas veces olvidamos. Ciertamente causan más efecto las sanaciones y curaciones que hace. Pero sus palabras tiene un efecto paralelo y más profundo aún como decía el profeta Isaías: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié.” (Isaías 55: 10 - 11)

Cristo no solo vino a sanar los que estaban inmediatamente a su alrededor, sus discípulos veían que Cristo tenía planes más grandes, y que ellos forman parte de ese gran plan de llenar la viña de su Padre. Un trabajo arduo y complicado les esperaba. Pero Cristo quería ayudarles a entender una cosa muy importante: es Dios quien salva, y con suma generosidad nos promete el salario divino. El tiempo no funciona igual con Dios como con nosotros, y su justicia se basa en su gran misericordia, que quiere, “que ninguno de los que me diste se pierda”.

Después de muchos años de silencio, Cristo quiere empezar su ministerio con un discurso que va a sacudir todos los corazones de Israel. Nos reta, sobre todo a levantar la mirada y pensar en las cosas de arriba. Nos habla del amor de su Padre, que nos cuida infinitamente y con gran ternura. El agobio que presiona nuestros corazones ahora desvanece delante de esta única dirección: el Reino de los Cielos. Y Cristo, con las bienaventuranzas, encarnadas en su persona, son el camino hacia este reino que vino a traer a nosotros.

Pedro es una figura fascinante en el Nuevo Testamento. Cristo lo encuentra en la orilla de ese pequeño lago de Galilea, y lo llama a seguirlo. Un hombre que tenía su horizontes limitados en la pesca, si familia, y su vida religiosa, ahora caminará por todo el mundo y acabará crucificado cabeza abajo en Roma, en el circo de Nerón. Cristo lo amará profundamente y Pedro tendrá que aprender unas lecciones duras y tristes para que sea Cristo la roca y centro de su existencia.

Nada duele más e hiere más profundamente que la traición de un amigo. Espera el ataque de un enemigo, pero nunca el cuchillo que se clava en tu espalda cuando un amiga te entrega. Cristo buscaba a lo largo de su ministerio ofrecer oportunidades de encuentro personal. Podemos ver el gran privilegio que tenían sus doce apóstoles, de estar más cerca de Cristo y ser testigos de tantos milagros y sanaciones. Pero uno de ellos, Judas, estaba encerrado sobre sí mismo y sus ídolos, tenía otra idea de este ‘reino’ de Dios. Y esto lo llevará a una decisión que nunca hubiera imaginado tomar.

Tenemos en este evangelio un joven que está buscando respuesta a la pregunta que tarde o temprano surge en el corazón humano: la eternidad. Con una conversación breve e íntima, Cristo le muestra que está buscando a seguidores que saben amar, saben ir a donde la regla típicamente no quiere ir, y sabe entablar conversaciones con los que normalmente estarían excluidos. Cristo lo ama, porque ve su corazón. Y justo porque lo ama Cristo loreta y le dice, no olvida que la ley te llevará solo a cierto punto, el resto depende de cuánto amas. Lo haces en esta vida, Cristo le dice, tendrá sus ecos en la eternidad.

Cristo entiende su misión, y pone todas las cartas en la mesa. Le dice a Pilato que la verdad te hará libre, que todos que escuchan la voz de Cristo forman parte de los que han visto la verdad. Pero el primer instinto es el hoy y ahora, lo que le conviene a él y sus fines prácticos y políticos. Se endurece el corazón, y se lava las manos. En varios modos trata de llegar a un acuerdo: lo manda a Herodes (Cristo ni siquiera habla con este), diálogo con los sacerdotes (estos lo acorralan), y lo manda flagelar (la muchedumbre solo quiere mas sangre). Nada funciona, y prefiere quedarse bien parado delante de la gente que de rodillas delante del rey verdadero. Entonces con una cara de desprecio, lanza la pregunta histórica a Cristo, “¿Y qué es la verdad?”

En tu pueblo todos te conocen como ‘la pecadora’. Ciertamente después de tantas miradas, tantas veces que te han ignorado y tantas veces que te han excluido, tú empiezas a creer también que ser ‘pecadora’ hace parte esencial de tu identidad. No mereces estar con la comunidad. Pero algo en tu corazón te dice que hay algo más que este nombre, y que eres más que tu pecado. Llega el maestro que ha predicado misericordia, y sientes que esto también es para ti. Solo la extravagancia del amor es capaz de vencer el miedo de lo que van a decir los demás. Sólo Jesús conoce realmente quién eres y de lo que eres capaz.

Jesús viene a buscar la moneda perdida y la oveja que se ha extraviado. Hoy contemplamos un encuentro sanador entre Jesús y Zaqueo, un hombre que aparentemente no necesita a Dios, ya lo tiene todo. Pero como hemos visto, siempre hay una cosa que nos atormenta en la noche y nos quita la paz. Zaqueo no va a tener miedo de reconocer sus limitaciones. De hecho esas mismas limitaciones serán el motivo de un encuentro con Jesús. Zaqueo tiene la dicha de ser considerado como pecador, porque Jesús no vino por los perfectos, no, ‘vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.’

Nos adentramos a una de las relaciones más personales de Cristo. Sí, Jesús tenía amigos como todo el mundo, personas muy cercanas a él en las que encontraba descanso. Marta, María y Lázaro eran de sus mejores amigos. Tres hermanos muy diferentes entre ellos. En esta meditación queremos entrar en el corazón de Marta y de María para profundizar en su relación personal con Jesús. Vamos a meditar en cuál es esa “mejor parte” a la que Jesús se refiere. ¿Acaso tiene algo de malo el trabajo que Marta hacía para recibir a Jesús? ¿Preparar todo y trabajar por los demás tiene algo malo? O ¿será que el problema de  Marta estaba más en el corazón que en la acción?

¡Dios ha estado planeando un encuentro con esta mujer desde la eternidad! Tenemos por un lado a Cristo, cansado de su viaje y sediento. Del otro lado, tenemos a una mujer con un corazón roto. Ese encuentro, esa breve pero profunda conversación sanará su corazón y saciará su sed de eternidad y de amor.

De nuevo una pelea en la noche, un hombre que no puede dormir porque está luchando con las preguntas existenciales que atormentan su corazón. Viene en la noche, y Cristo le invita a cambiar de perspectiva, porque vienen cosas nuevas para el pueblo de Israel, un parto doloroso, pero que luego será fuente de inmensa alegría.

David cantó en un salmo: “has abierto mis oídos para oírte” (Salmo 40, 6) ¿Cómo habrá sido el dolor de este pobre enfermo que no podía ni escuchar y hablar? Ver la gente reir, pero no entender la razón de su alegría. Sentirse desconectado y solo, vemos un hombre que sólo quería comunicarse. Y Jesús, sale a su encuentro para comunicarse con él.

Cristo quiere hacer entender a los corazones de la gente de Israel que es hora de cambiar esquemas y recordar la misión que ha sido confiada al Pueblo. Están llamados a ser luz, pero están encorvados sobre sí mismos. Con paciencia, Cristo quiere animar a todos los que lo escuchen: “cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención.” (Lc 21, 28)

Cristo miraba a las multitudes que lo seguían con gran ternura y compasión. Esta gente; mujeres, hombres, niños, enfermos, fariseos, griegos, judios... todos estos, tienen hambre, un hambre casi insaciable. Cristo cierra sus ojos, y en su oración dice a su Padre, “¿Que hacemos para saciar esta hambre? ¿Van a entender el milagro que voy a hacer ahora por ellos, o quedarán con el signo y se olvidarán de ti, Padre?”

Una curación de una persona que busca ser una curación de un grupo religioso. Jesús quiere sanar la visión legalista de los fariseos, que piensan que la ley está por encima de la persona.

¿A dónde apunto si no puedo ver lo que realmente importa en mi vida? ¿A dónde voy a caminar si nadie me enseña el camino? ¿Cómo me voy a sentir amado si no puedo ver los ojos del otro que me miran con amor? Cristo, el buen samaritano pasa por el camino del pobre Bartimeo, lo mira con amor y lo escucha. Escucha los gritos desesperados de alguien en busca de sentido, y se detiene. Lo llama, y con ese llamado, cambia su vida. 

Cristo viene del otro lado del Mar de Galilea y hace un milagro que va mucho más allá de la transformación de agua en vino, o la multiplicación de panes o la sanación de leprosos. Cristo se enfrenta con el antiguo enemigo y la consecuencia más cara de la desobediencia de nuestros padres Adán y Eva: la muerte.

Cristo empieza su ministerio enseñando, retando a los que lo escuchaban a vivir una nueva relación con Dios. Inmediatamente los fariseos, la gente sencilla, y sus discípulos detectaron algo fresco y nuevo en su doctrina. Cristo tenía claro en su corazón que tenía que despertar los corazones dormidos del pueblo de Israel. Y en este evangelio tenemos representantes de todo Israel sentados a sus pies. Pero no podemos olvidar que al mismo tiempo, algo nuevo siempre suscita sospecha y envidia. Cristo desde el inicio tendrá que enfrentar incomprensiones y dudas sobre su acción salvífica.

¿Quién es digno de estar en la presencia del Señor? Todas las leyes judaicas giraban en torno a este eje: sigue estas reglas y serás digno y puro para estar delante del Señor en el templo. Jesús va más profundo, el sabe que estamos heridos y que necesitamos sanación. Jesús se acerca, toca y sana. 

Jesús comienza su vida pública con el primer milagro de la multiplicación del vino en una boda. Con este signo, Jesús declara desde el inicio de su ministerio que Él es el nuevo Adán, el Esposo que el pueblo ha esperado, el que consumará su amor en la cruz, donde su sangre será el verdadero vino nuevo que nos hará gozar del banquete eterno.

En esta meditación, vamos al desierto con Jesús. Nuestras tentaciones también las vivió Jesús y su triunfo sobre ellas es nuestro triunfo. En el desierto Jesús nos enseña a llevar el combate espiritual contra las tentaciones y nos da la fuerza para vencerlas.

En el bautismo radica toda la vida cristiana. Es el inicio del camino de regreso al Padre, es el modo en el que comienza, desde ahora, la verdadera vida espiritual, la vida intratrinitaria. Por el bautismo recibimos nuestra identidad de hijos y nuestra vocación de discípulos.

Uno de los misterios más grandes de la vida de Cristo es, sin duda, el misterio de su vida oculta. De los 33 años que Cristo vivió en este mundo, 30 los pasó viviendo la vida ordinaria, sin milagros, sin grandes cosas, sin signos, sin nada espectacular. Podemos aprender mucho al acercarnos a contemplar este misterio de Jesús que ama la vida ordinaria y la vive de modo extraordinario. 

Nos encontramos ya desde el inicio de los evangelios con el dilema más grande de la historia de salvación: “Jesús vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Sin embargo, unos hombres que no pertenecían al pueblo de Israel, son los primeros en reconocer, adorar y cambiar su vida ante el misterio del niño de Belén.

María y José, que vuelven al jardín del Templo, lugar de encuentro y de sacrificio, presentan su pequeño y pobre sacrificio en brazos, el Cordero de Dios que se somete a las leyes de purificación. Este nuevo Isaac, recibe el nombre de Jesús. 

Todas las religiones manifiestan un esfuerzo enorme por parte del hombre para alcanzar a Dios, y Dios en ese esfuerzo se había manifestado a ellos de muchas formas y en diferentes momentos. Pero el cristianismo, a partir de este momento histórico dejará de ser sólo una religión, dejará de ser sólo un esfuerzo humano por alcanzar el divino, y pasará a ser una relación, una aceptación del don de Dios que tiene la iniciativa y es él quien hace el esfuerzo por alcanzar al hombre.

Grandes cosas tienen inicios pequeños. Dios Padre quiere tender su mano, revelar su rostro, tomar la carne que tanto nos ha afligido y redimirla. María sólo tiene que decir sí y la historia de la humanidad cambiará para siempre. Acompáñanos a contemplar este momento único en que la libertad de la criatura se une con la libertad del creador para que Dios entre al mundo y viva entre nosotros. 

En los primeros 50 episodios de “la historia de tu historia” hicimos un recorrido del modo en que Dios se fue manifestando poco a poco, con paciencia y de modos diversos a lo largo de la historia. La idea central que estuvimos reflexionando fue “la promesa”. Una promesa que apuntaba a un cumplimiento definitivo de todos los sueños y anhelos profundos inscritos en los corazones de tantos personajes que contemplamos. Ahora, en esta segunda parte, contemplamos la plenitud de esa promesa en el Nuevo Testamento. Todas y cada una de esas grandes historias en las que Dios se fue revelando apuntaban a una realidad última y perfecta, todo apuntaba a Jesucristo, el rostro del Padre.