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Dios te quiere y tu no lo sabes

Dios te quiere y tu no lo sabes

By PODCAST MDC Dios te quiere

En este Podcast de Misioneros Digitales Católicos, el Padre Tomás Trigo nos trae sus propias reflexiones para animarnos a confiar más en Dios y a saberse querido por Él.

Una escucha indispensable para Creyentes Agobiados…que aún no terminan de percibir con todo el corazón cuanto nos ama Dios

Dios te quiere y tu no lo sabes….
Reflexiones del Padre Tomás Trigo, a través de los Podcast de Misioneros Digitales Católicos.
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Dejar el trabajo para descansar con el dueño de la viña

Dios te quiere y tu no lo sabesMar 22, 2021

00:00
05:18
Yo soy tu Dios

Yo soy tu Dios

«Yo soy tu Dios y estoy cerca de ti: ¿no te basta?

Por tanto, no desees sino aquello que llena mi corazón.

Yo soy tu Dios y te soy fiel aun cuando te envío alguna cruz; y si pesa mucho, recuerda siempre que estoy a tu lado. ¿Qué más deseas?

Yo soy tu Dios y pienso en ti, y esto desde la eternidad. Tu nombre está escrito profundamente en mi corazón, de tal modo que jamás podré olvidarme de ti.

Yo soy tu Dios y dirijo todas las cosas únicamente para tu bien; si ahora no lo comprendes, un día lo podrás ver claramente.

Yo soy tu Dios y fielmente te amo; conozco perfectamente todo lo que aflige tu corazón, veo con toda claridad todo lo que te contraría. Acepta todo ello con tranquilidad y paz, porque Yo soy el que lo ha dispuesto así; tú persevera, sé fiel a fin de que mi Corazón te recompense.

Yo soy tu Dios. ¿Estás solo, hijo mío? Yo te haré compañía. ¿Nadie tiene una buena palabra para decirte? Ven a Mí que siempre seré tu consuelo en el Santísimo Sacramento y te compensaré todo lo que en la tierra te he negado.

Yo soy tu Dios. ¿Qué más deseas? ¡Ánimo! ¡Valentía!

Nada te debe desanimar, porque quien posee mi Corazón tiene todo lo que puede desear.

Si estás triste, corre a refugiarte en mi Corazón.

Si sientes la alegría del triunfo, vuela a regocijarte conmigo. Si experimentas cansancio, échate en mis brazos. Y verás cómo las sombras se disipan, cómo las luces crecen, y cómo las fuerzas se multiplican.

El mundo pasa, el tiempo huye, los hombres desaparecen, la muerte te roba todo.

Una sola cosa te quedará siempre: Tu Dios» (Autor anónimo).

Mar 27, 202304:27
¿Qué esperamos?

¿Qué esperamos?

Queremos ser felices, y Dios nos da a probar aquí su felicidad en la medida en que nos abrimos a su Amor y respondemos amando, pero la felicidad total vendrá después, cuando podamos ver a Dios cara a cara en el Cielo. Eso es lo que esperamos: la vida eterna feliz con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y los ángeles, y los millones de hermanos nuestros que ya han llegado al lugar que Jesucristo nos ha preparado.

«Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1024). 

«Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): “Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino” (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1025).

Llegar al Cielo es imposible para nosotros, pero posible para Dios. Y nos ha prometido que no dejará de darnos todos los medios para que podamos llegar. Por eso podemos decir, con san Pablo:

«¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada? Pero en todas estas cosas vencemos con creces gracias a aquel que nos amó» (Rm 8, 35. 37).

No existe nada que pueda impedirnos llegar al Cielo, nada que pueda apartarnos del amor de Cristo. Porque Dios nos ha prometido que nos dará toda la ayuda que necesitamos, y para que esperemos en Él con absoluta confianza ha infundido en nuestros corazones la virtud de la esperanza.

«La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, porque fiel es el que hizo la promesa” (Hb 10, 23). “El Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro salvador, para que, justificados su gracia, fuéramos herederos de la vida eterna que esperamos” (Tt 3, 6-7)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817).


Mar 20, 202309:58
No existe la suerte, sino el amor y la sabiduría de Dios

No existe la suerte, sino el amor y la sabiduría de Dios

Acudimos con mucha frecuencia al azar y a la buena o mala suerte para explicar lo que nos sucede. Pero gracias a Dios no estamos tan desamparados como a veces pensamos. No dependemos de esa entelequia incontrolable que es el azar, ante la que habría que emplear algún extraño e irracional medio para defenderse.

«No creas en ningún azar. Siempre soy Yo, el Amor, quien entra. ¿No reconoces mis pasos? Un cariño al acecho debe reconocerlos. No se parecen a ninguno. Espéralos. Será para ti mucho más delicioso y menos frío que el azar. Tu gran Amigo guiando tu vida, date cuenta. Estrecha sobre tu corazón tu cruz del día, tu cruz de la noche. Vienen de Mí. No es una cruz cualquiera: es la tuya la que he elegido para ti. Besa la mano que te la depara. Y dulcemente prosigue tu camino con ella y conmigo» (Gabrielle Bossis).

No es el azar, es Jesús, el Amor, quien nos visita en cada acontecimiento, en cada circunstancia, por muy azarosa que parezca. No hay motivo para la inseguridad y el temor. No debe preocuparnos qué sucederá, si tendremos buena o mala suerte, qué tendrán preparado para nosotros los hados, el destino o la fortuna.

Lo que me suceda habrá sido preparado por quien más me quiere, que a la vez es el más sabio y poderoso, que dispone todo para mi bien, para el bien de cada uno de sus hijos. Es Él quien guía nuestra vida, el que nos envía lo agradable y lo desagradable, la cruz del día y la cruz de la noche, una cruz que Él, con su Amor, ha elegido para mí.

Ayúdanos, Señor, a reconocer tus pasos, a darnos cuenta de que eres Tú; a descubrir tu amor por nosotros en los acontecimientos que parecen fruto del azar. Que cuando llegues a través de los sucesos inesperados, sepamos decir: “Es Él, que viene a visitarme con sus caricias”.

Mar 13, 202304:30
«El milagro se ha producido»

«El milagro se ha producido»

Leo un artículo de José Calderero, publicado en el número 815 de “Alfa y Omega” (10-1-2013), que cuenta un estupendo testimonio de confianza en Dios.

Mariano Ugarte y Dori Zarco perdieron un hijo a causa del cáncer. «Si mi hijo Pablete –afirma Mariano– hubiera sobrevivido, no hubiéramos ganado nada, solo más tiempo para estar con él. En cambio, su muerte nos ha cambiado, su muerte ha tenido un sentido. El milagro se ha producido, él está en el cielo y, mientras esperamos a reunirnos con él, hemos ganado una confianza absoluta con Dios. Yo ya no rezo como antes, ahora dialogo constantemente con Dios. Antes rezaba por su curación, y hemos sido curados nosotros. Él disfruta ya desde el cielo y nosotros hemos ganado en confianza y en amor con Dios».

Pablete falleció el 27 de noviembre de 2010. El 16 de enero de 2011, coincidiendo con el que hubiera sido su undécimo cumpleaños, nació la Asociación Pablo Ugarte, la APU (www.asociacionpablougarte.es), que lucha para que evitar que, en el futuro, los niños y sus familias tengan que pasar por el mismo sufrimiento que pasaron los padres de Pablo.

¿Por qué unos se rebelan ante la muerte de un hijo y otros, en cambio, ganan una confianza absoluta en Dios?

Señor: que creamos firmemente en tu Amor, que no dudemos nunca de Ti, que sepamos humillarnos para aceptar nuestra ignorancia y reconocer tu Sabiduría.

Mar 06, 202303:21
Una historia de confianza en Dios

Una historia de confianza en Dios

Nadie quiere que estas cosas ocurran, pero ocurren. Durante las vacaciones de verano, al “Caballero Antek” le dolió el estómago y se le quitaron las ganas de jugar con sus hermanas Marysia y Rosa. Se quedaba en la cama y lloraba. Sus padres le llevaron a Urgencias, donde con una inyección le calmaron los dolores. “No le gustó nada -explica Dorota, su madre-, pero le alivió el dolor del estómago. Pensamos que sería algo puntual, pero cada vez volvíamos con más frecuencia al Hospital”. Cuando terminaron las vacaciones, Antek comenzó a ir al colegio. Pronto se ganó a todos los profesores y compañeros, con su alegría y educación. Siempre jugaba a ser un caballero andante, y se comportaba como tal.En su familia y en el colegio Sternik, una obra corporativa del Opus Dei en Varsovia (Polonia), rezaban por la salud de Antek. Algo no iba bien. El niño, en cambio, rezaba por otras muchas cosas, más o menos serias: por la paz en el mundo, por sus hermanas, por su equipo de fútbol… Finalmente, los médicos se decidieron a operarle de apendicitis. Parecía la solución, pero sólo fue el inicio de ataques más fuertes de dolor de estómago.

–¿Por qué tengo que estar en el hospital? –preguntaba Antek– ¿Por qué estoy enfermo?

Su madre, que no tenía muchas razones que darle, intentó explicarlo así:

–Hijo mío, si Jesús te mirase y te preguntara: “Antek, ¿me ayudas con la Cruz?”, tú, ¿que le dirías?

–Pues… bueno, que sí.

–Pues te lo está preguntando ahora.

Un sacerdote amigo de los padres de Antek fue a visitar al niño. Habló con él y le regaló un crucifijo pequeño, de madera. Desde entonces, Antek lo llevó siempre en la mano cuando le iban hacer una prueba o cuando le llevaban a la sala de operaciones. Las enfermeras veían que el niño se acercaba la mano a la boca y le oían susurrar: “Jesús, confío en ti”. El día que les iban a confirmar la diagnosis definitiva, Dorota cuenta que se dirigió al despacho del médico lentamente, al paso de una mujer en el noveno mes del embarazo. “Es un cáncer –les dijo el doctor a los padres–. Mañana empezamos con quimioterapia”.

El Caballero Antek se enfrentó con valentía y muy pocas fuerzas a este temido dragón. Sin pelo, con vómitos y débil, preguntó:

–Mamá, pero ¿qué me pasa?

La madre le dijo la verdad:

–Tienes una enfermedad que se llama cáncer. Los médicos van a intentar curarte, pero tienes que saber que a veces no lo consiguen.

–O sea, que me puedo morir.

–Bueno… como todos, como papá, como yo… Pero solo Dios sabe en qué orden.

El niño no añadió nada. Solo se giró, tomó de la mesa su crucifijo y susurró otra vez: “Jesús, confío en ti”.

La madre puso en marcha una cadena de oración: en la familia, entre los amigos. Cada día, recibía diferentes SMS en su móvil: “Hoy he ido a misa por Antek”, “Haré unos minutos de oración por tu hijo”…  Dorota pedía oraciones a cualquiera. Un día, al bajarse de un taxi, dijo al conductor:

–Mi hijo se está muriendo. ¿Podría usted rezar por él?

Rezó e hizo rezar. Quería presentar a Dios “toneladas de oración”. Antek luchó mucho contra el cáncer. Algunos días estaba fuerte y corría por todo el hospital como un rayo, revolucionándolo todo. Otros, solo tenía fuerzas para ver la tele. Y maduraba rápido. Cada vez con más frecuencia, preguntaba a su madre sobre la muerte, el Cielo, el porqué del sufrimiento.

–Mamá, ¿qué se hace en el Cielo?

–Juegas, corres con la bici, te diviertes con Dios… La madre asegura ahora que las “toneladas de oración” dieron a Antek un descanso antes del final. Durante unos días, se encontró perfectamente, corría de aquí para allá, paseaba, había recuperado la felicidad…

(El texto completo en Misioneros Digitales Católicos)

Feb 27, 202308:15
Aunque me mataras, esperaría en ti»

Aunque me mataras, esperaría en ti»


«Soy Yo quien he hecho la naturaleza humana. Conozco su debilidad, su pobre pequeñez. No te extrañe que os ame tanto a pesar de todo. No te extrañe, puesto que soy vuestro Creador y he vivido entre los hombres. Lo que os pido es que tengáis confianza en Mí, sea cual sea el estado de vuestra alma. Acordaos de esto: ¡He amado tanto a Judas! Recordad también lo que Yo decía: Aunque me mataras, esperaría en Ti» (Gabrielle Bossis).

«¡Ah, amigos míos muy amados, no dudéis jamás de Mí! Os sobrepaso. Os aventajo con toda mi grandeza. Que nada venga a limitar tu confianza. Haz a menudo ejercicios de confianza. Repite esta frase que amas: “Aunque me mataras, esperaría en Ti”. Sal de tu mesura. ¿Tengo Yo acaso límites? Y cuando se trata de amaros…» (Gabrielle Bossis).

En dos ocasiones le recuerda Jesús a Gabrielle estas palabras que nos dice en la Sagrada Escritura, en el libro de Job 13, 15: «Aunque Él pueda matarme, seguiré esperando en Él». Decirlas de corazón es un acto de confianza y abandono en Dios. Pase lo que pase, aunque me quites la vida, confío en Ti.

Sin embargo, lo más frecuente, como es lógico, es que Dios nos quite otros bienes: la salud, el bienestar, el amor de una persona, el dinero… A veces, cosas muy pequeñas que nos gustaría poseer, pequeños planes que nos gustaría hacer… En estos casos, es más fácil que pensemos en la mala suerte, y que nos olvidemos de que es el Señor quien permite esa contrariedad para que le amemos más.

Pase lo que pase, el Señor espera de nosotros toda nuestra confianza: «Aunque me mataras, esperaría en Ti».

Feb 20, 202304:09
La revolución de la ternura de Dios

La revolución de la ternura de Dios

El semanario italiano “Credere” publicó una entrevista al Papa Francisco con ocasión del inicio del Año de la Misericordia. Copio una pregunta y la respuesta del Papa. «P. La misericordia, siempre que nos referimos a la Biblia, nos muestra un Dios más “emotivo” de lo que a veces imaginamos. ¿Descubrir un Dios que se conmueve y se enternece con los seres humanos también puede cambiar nuestra actitud hacia nuestros hermanos? R. Descubrirlo nos llevará a ser más tolerantes, más pacientes, más tiernos. En 1994, durante el Sínodo, en una reunión del grupo, dije que había que establecer la revolución de la ternura, y un padre sinodal –un buen hombre, a quien respeto y a quien amo– ya muy viejo, me dijo que no convenía utilizar ese lenguaje y me dio una explicación razonable, de un hombre inteligente, pero sigo diciendo que hoy la revolución es la de la ternura, porque de ahí deriva la justicia y todo lo demás.


Feb 13, 202309:53
La morada que Dios nos ha creado

La morada que Dios nos ha creado

Leo unas palabras de san Pedro Crisólogo (s. IV-V), Arzobispo de Rávena, Padre y Doctor de la Iglesia.

Crisólogo significa “palabra de oro”, y estas que transcribo, realmente lo son.

«Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho?

¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba» (Sermón 148).

Cuando miramos el mundo, la luz del sol, la luna y las estrellas, las flores, los árboles, la tierra y el agua, la multitud de los seres vivos que nos acompañan, estamos viendo la casa que ha hecho el Señor para nosotros, por amor. Todo eso es una demostración del cariño que Dios nos tiene, de cuánto valemos a sus ojos. He ahí otro motivo para decirle a Dios: “Gracias porque me quieres tanto”.

Necesitamos que renazca en nosotros el espíritu contemplativo para poder ver el amor de Dios a través de la naturaleza en la que vivimos.

Contemplar es mirar para admirar, y la admiración, si sabemos escucharla, nos invita a preguntarnos quién hizo lo que miramos, porque esa belleza no puede estar ahí porque sí. Contemplar es mirar con los ojos del corazón, para descubrir el Amor que ha diseñado, para nosotros, la hermosura que nos fascina o nos hace sonreír. Contemplar es ver más allá de las cosas bellas para descubrir la Belleza creadora.

El papa Francisco, en la encíclica Laudato si’, nos recuerda que la naturaleza es un libro precioso, cuyas letras son las criaturas del universo, que es una continua revelación de lo divino. Que percibir a cada criatura es vivir en el amor de Dios y en la esperanza, que la contemplación de lo creado nos permite descubrir alguna enseñanza que Dios quiere transmitir (cf. n. 85).

Pero solo veremos a Dios a través de la naturaleza si nuestro corazón es limpio. Un corazón es limpio cuando ama a Dios sobre todas las cosas. Ese corazón ve a Dios en todo, es capaz de admirarse ante la belleza y reconocer a su Autor, de darse cuenta de que no puede ser vil ni deshonrarse porque Dios lo valora tanto que ha hecho esas maravillas por amor a él.

Espíritu contemplativo, sensibilidad estética, capacidad de asombro… Todo eso no significa nada para quienes solo valoran lo útil, y quizá por eso no se valoran a sí mismos. Sería un gran progreso enseñar a todos, ya desde la infancia, a contemplar en silencio, a admirar, a sentir gusto por la belleza, a escuchar el lenguaje de las cosas. Es un camino para llegar a Dios y para ser más conscientes de nuestra propia dignidad.

Contemplando la naturaleza, Señor, puedo descubrirte a Ti, y darme cuenta del valor que tengo a tus ojos. Si has hecho todo esto para mí, el cielo y el mar y las estrellas, la tierra, las montañas y los ríos, ¿para qué me has hecho a mí? Debe ser para algo grande, pues me valoras y me quieres tanto. Y pienso entonces en la misión que me encargas en este mundo en el que me has puesto: me pides que lo cuide y cultive, como mi trabajo manual o intelectual, para ayudarte a perfeccionar la Creación, y, al mismo tiempo, que –con mi trabajo y mi vida entera– te ayude también en la salvación de los hombres. ¡Que te ayude a Ti, que eres Dios!

Feb 06, 202307:19
El hombre es la alegría de Dios

El hombre es la alegría de Dios

Acabo de leer unas palabras del filósofo Leonardo Polo, al que recuerdo caminando despacio por el campus de nuestra Universidad de Navarra y repitiendo por lo bajo, con sentido del humor: «Pobre don Leonardo, pobre don Leonardo»:

«El hombre ha sido creado para colaborar con Dios, para mejorar la realidad y para mejorarse a sí mismo y este debe ser el ideal humano. Lo más asombroso del asunto es que el hombre es la alegría de Dios. Así lo dice la Escritura Santa en el libro de los Proverbios: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres”». (“El optimismo ante la vida”. 27-VIII-1991).

El hombre es la alegría de Dios, como un hijo es la alegría de su padre. Por eso es tan importante para Él que estemos alegres. Si no estamos alegres, nuestro Padre Dios sufre, se preocupa. Quiere ver a sus hijos contentos, gozosos, optimistas, y disfrutar con ellos.

¿Dios disfruta conmigo? ¿Cómo es posible que sea para Él una delicia estar conmigo? ¿No somos acaso basura, porquería y suciedad? Pues ya se ve que Él no piensa así. Estábamos sucios, sí, pero Él ha muerto en la Cruz para limpiarnos (y solo Él podía limpiarnos: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo» (Jn 13,8), le dice a Pedro). Y los niños, ya se sabe, los limpias, los lavas, y al cabo de un rato vuelven a estar sucios, manchados de tierra o de chocolate. Así que nuestro Padre Dios nos limpia una y otra vez, con la paciencia de las madres, y después nos toma en su regazo, nos besa, y exclama: “Este niño es un sol”.

«He pagado muy cara esta felicidad vuestra. Sin embargo, vuestra alegría Me da tanta alegría, ¡pobres hijos, tan míos, que Me parece que sois vosotros quienes Me la ofrecéis!» (Gabrielle Bossis).

Nuestra alegría llena de alegría a Dios. ¿No es esto suficiente para que estemos siempre alegres, pase lo que pase? Recuerdo muchas veces a un sacerdote que terminaba siempre sus charlas con esta frase: «Siempre alegres para hacer felices a los demás». Hay que añadir: “Y a Dios”.

Dec 19, 202204:39
La confianza en Dios evita el victimismo

La confianza en Dios evita el victimismo

Cuando no queremos sentirnos culpables del mal que hacemos, tenemos un “sabio” recurso: presentarnos como víctimas. Para el que se cree víctima, la culpa de sus problemas la tienen siempre los demás.

El que se cree víctima se desespera, porque se siente mal tratado sin remedio.

Otras veces, adopta la actitud de “no hay nada que hacer”, “nada vale la pena”, y lo repite una y otra vez para convencerse.

En su corazón crece el odio hacia los otros, a los que considera responsables de sus sufrimientos y de su mala suerte.

Tiene una necesidad patológica de ser siempre elogiado y alabado.

El victimismo puede nacer, en muchos casos, del miedo a reconocer las propias culpas. La víctima no se atreve a decir: “La culpa la tengo yo. Y tengo que afrontar mi fracaso, mi problema, con valentía, de frente, sin quejas ni lamentos. Voy a comenzar de nuevo, si es necesario; voy a rectificar, si es lo adecuado; voy a pedir ayuda o consejo a otras personas en las que pueda confiar, para salir de esta situación”. En lugar de plantar pecho a lo hecho, prefiere enroscarse sobre sí misma como un caracol y cerrar su casa con la baba endurecida de su rencor.

El que confía en Ti, Señor, en tu perdón y misericordia, consigue evitar el peligro de creerse víctima, porque la única Víctima eres Tú. Sin tener culpa de ningún mal, porque eres Dios, te flagelamos, te coronamos de espinas, te dimos de bofetadas, gritamos que te crucificaran, y te clavamos en una Cruz. Y en lugar de castigarnos, nos perdonaste los pecados ofreciéndote como Víctima al Padre por amor a nosotros.

Señor, ayúdanos a confiar más en Ti, a ver en las dificultades y en los fracasos la pequeña cruz que quieres que llevemos, para ayudarte en la redención del mundo. Desde ese punto de vista, sí que podemos ofrecernos como víctimas contigo, que eres la Víctima, en la santa Misa, en la renovación del Sacrificio del Calvario: ofrecemos al Padre, contigo, por Ti, y en Ti, en la unidad del Espíritu Santo, todo lo que somos y tenemos, nuestro trabajo, nuestros fracasos y alegrías… Y después, cuando salimos de la iglesia, tratamos de hacer realidad ese ofrecimiento, viviendo unidos a Ti.

De ese modo, no nos sentiremos víctimas de nada. Estamos siempre bajo tu protección, trabajamos para Ti, tenemos la fuerza de tu gracia, el alimento de la Eucaristía… Si algo sale mal por nuestra culpa, ¿por qué echar la culpa a otro? Con tu gracia, reconocemos con valentía que la culpa es nuestra, y Tú nos perdonas, y nos animas a seguir adelante, porque somos tus hijos.

Dec 12, 202205:30
El sueño de Dios

El sueño de Dios

Dijo el Papa Francisco en la misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta, el 16-3-2015, que Dios es un Padre lleno de ternura que sueña con sus hijos.

«El Señor sueña. Tiene sus sueños. Sus sueños sobre nosotros. “Ah, qué bello será cuando nos encontraremos todos juntos, cuando nos reencontremos allá o cuando aquella persona, aquella otra… aquella otra caminará conmigo… ¡Y yo gozaré en aquel momento!”. Para poner un ejemplo que nos pueda ayudar, como si una muchacha con su novio o el muchacho con su novia pensara: “Cuando estemos juntos, cuando nos casemos…” Es el “sueño” de Dios».

El Señor, mi Padre, se ilusiona conmigo, sueña conmigo, porque soy su hijo, y los padres se ilusionan y sueñan con sus hijos, y quieren para ellos todo lo mejor, y disfrutan pensando en el futuro, imaginando a sus hijos en los distintos momentos de su vida. Dios también disfruta soñando conmigo, su hijo, pensando cómo serán las cosas cuando yo sea mejor hijo y lo quiera más, imaginando cómo serán las cosas cuando estemos juntos para siempre en el Cielo.

Yo quiero soñar con Dios, pensar que está a mi lado (lo está, está dentro de mí); quiero imaginar que me anima cuando me ve trabajar, o que me aconseja que descanse un poco; quiero imaginar que me sonríe y me toma de la mano cuando caigo otra vez en el camino; quiero imaginar que a veces me dice: “Oye, hijo, que estoy aquí, a tu lado, y hace rato que no me diriges la palabra”.

Quiero soñar cómo será el encuentro con Jesús, el encuentro de dos amigos que se quieren tanto y que están deseando verse. Quiero soñar cómo será cuando estemos juntos. Y entonces no temeré a la muerte, que vista desde aquí es ataúdes, lloros, lutos y cementerios; pero vista con los ojos del enamorado es el encuentro más gozoso que cabe imaginar.

Señor: que tus sueños se hagan realidad.

Dec 05, 202204:27
El que tiene miedo no sabe querer

El que tiene miedo no sabe querer

Dice el Apóstol san Juan: «El que teme no es perfecto en el amor» (1 Jn 4, 18). San Josemaría lo traducía así: «¡El que tiene miedo, el que anda con cautelas, no sabe querer!».

Nuestra vida de relación con Dios debe ser de amor y, por tanto, gozosa, alegre, amable, simpática. No hay miedo, sino confianza, amistad, trato íntimo. Un Padre que disfruta con su hijo pequeño, y un niño pequeño que disfruta con su Padre. Un Padre y un hijo que juegan, que ríen, que caminan juntos, que se quieren. Un Padre que empuja la bicicleta de su hijo pequeño, que impide que se caiga al suelo. Un Padre que ve a su hijo cansado y lo pone sobre sus hombros para que descanse mientras sigue avanzando. Un Padre que, por la noche, toma a su hijo dormido y lo abraza, y le dice en voz baja: “El que quiera hacerte daño, hijo mío, tendrá que vérselas conmigo”.

Los que tienen miedo a Dios no pueden imaginar que tenga sentido del humor, que le gusten las bromas. Dios ríe y sonríe. Y baila de alegría. El papa Francisco, en la exhortación Evangelii gaudium, dice que le llena de vida releer este texto de Sofonías:

«Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (3,17).

Tenemos que aprender a pasarlo bien con Dios, con Jesús, con María, con el ángel custodio. Tenemos que trabajar con la ilusión de agradar a Dios, y disfrutar de su gozo. Tenemos que contarle las cosas divertidas que nos han sucedido, para reírnos juntos.

Cuando estemos un poco tristes, o un poco serios, podemos cerrar los ojos e imaginar que Jesús nos sonríe, y entonces cambiará nuestro rostro, aparecerá también una sonrisa, porque no puede ser que Dios se ría conmigo y yo siga con mi cara de invierno.

Cuando nos dejamos llevar por la pereza o tenemos cualquier otro fallo, hagamos de hijo pródigo. Le pedimos perdón y le decimos: “Gracias por los besos que me das al perdonarme”.

Señor: sabernos queridos por Ti como niños muy pequeños en tus brazos nos lleva a la libertad de espíritu, a evitar rigideces, miedos, ansiedades, escrúpulos; nos ayuda a respirar con paz cuando estamos contigo, a ofrecerte una pequeña mortificación, y a no hacer otra mientras te damos las gracias por disfrutar de algo que nos gusta. Enséñame a quererte con un amor de hijo pequeño.

Nov 28, 202205:07
El Temor de Dios

El Temor de Dios

“Timor Domini sanctus”. Santo es el temor de Dios. Temor que es veneración del hijo para su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano» (S. Josemaría Escrivá).

«El temor de Dios, don del Espíritu Santo, no quiere decir tener miedo a Dios pues sabemos que Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos perdona siempre. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, aquella actitud de quien deposita toda su confianza en Dios y se siente protegido, como un niño con su papá» (Papa Francisco, Audiencia, 11.VI.14).

Algunos entienden el temor de Dios como miedo a Dios… Ven a Dios como un ser severo, duro, frío, sin sentimientos, justiciero, rígido, incomprensivo e implacable. Y ven la vida cristiana como la lucha por cumplir una pesada carga de exigencias impuestas por Dios, quizá poco razonables, pero de “obligado cumplimiento”, al fin y al cabo. Entienden la relación con Dios como la lucha por no caer en el pecado, en el que no acaban de ver realmente una ofensa a su Amor, sino el incumplimiento de un precepto que implica un castigo que consta en algún reglamento y que mancha la blancura de tu hoja de servicios, o una batalla en la que, cada vez que caes, Dios se enfada y te retira su ayuda o, al menos, te pone en una lista negra. No es raro que esas personas caigan en el escrúpulo, y se atormenten pensando si estarán en orden con Dios, que va con una regla en cada mano midiendo al milímetro la conducta. O que acaben un poco mal de la cabeza, debido a la presión que ejercen en el alma las múltiples obligaciones que no tienen más remedio que cumplir para obtener la aprobación divina. Es esa una relación de temor, no de amor. Es el modo de comportarse del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, que cumple a rajatabla, pero no ama, y por eso se queja de que su padre nunca le ha dado un cabrito para comerlo con sus amigos; no se alegra de que su hermano vuelva a casa, y no le parece bien que se celebre una fiesta para recibirlo.

«Ved en Mí a Dios; pero ved en Mí también al hombre; acercaos mejor. ¿Qué es lo que os da miedo de Mí? ¿Es que se puede temer a un niño pequeñito en su cuna? ¿Es que se teme a un hombre tendido en el suelo entregando a los clavos sus pies y sus manos?» «¿No busco acaso todos los medios de aumentar vuestros méritos, queridos hijos míos a los que tanto amo? ¡Ah! No temáis nada de Mí, tened miedo de temer y con toda sencillez habitad en mi Corazón” (Gabrielle Bossis).«Tened miedo de temer». Ese temor a Dios que algunos tienen es malo y por eso debemos arrojarlo de nosotros, y con toda sencillez entrar en el Corazón de Jesús y sentirnos muy queridos por Él.

De aquel modo de pensar en Dios como un ser incomprensivo, intolerante, severo, justiciero, algunos han pasado al otro extremo: han construido un dios a su gusto, un ídolo que asiente a todo lo que ellos desean, que ya no es padre ni madre, sino un amigote de francachelas. A esa actitud de falta del verdadero temor de Dios, de desprecio de su Amor, se refiere el salmista:...

Para ver el texto completo, visitá www.misionerosdigitales.com

Oct 25, 202208:40
Pedro y Judas: confianza y desesperación

Pedro y Judas: confianza y desesperación

Pedro era un hombre con un corazón enamorado de Jesús. Y decía lo primero que salía de ese corazón: «No me lavarás los pies jamás». Al instante, después de que Jesús le dice que en tal caso no tendrá parte con Él: «Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza» (Jn 13, 8ss).

Un poco más adelante, en la misma Cena: «Yo daré mi vida por ti» (Jn 13, 37). A las pocas horas, Pedro niega tres veces a Jesús. Dice que no tiene nada que ver con Él. Canta el gallo. En ese momento, «el Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro las palabras que el Señor le había dicho: “Antes que cante el gallo hoy, me habrás negado tres veces”. Y salió afuera y lloró amargamente» (Lc 22, 61-62).

Pedro es débil, quizá porque confía demasiado en sus propias fuerzas, pero ama de verdad a Cristo, y llora por haber traicionado a su Maestro y Amigo. Confía en el amor de Jesús, y regresa, y es acogido de nuevo, y Jesús sigue confiando en Él para que sea la roca sobre la que va a edificar su Iglesia. Una roca fuerte por la gracia del Espíritu Santo y por la humildad que Pedro ha sabido aprender de sus caídas.

Con la confianza de Pedro contrasta la desconfianza de Judas. Vende a su Maestro, a pesar de los detalles de amistad que Jesús tiene con él una y otra vez. Se arrepiente, devuelve el dinero, lo arroja al templo, se desespera y se ahorca. ¿Por qué no confía, como Pedro, en el perdón de Jesús? ¿Por qué no va a María para que interceda por él? Hoy tendríamos otro Apóstol santo.

Cuando pienso en estos dos modos de reaccionar ante el pecado, me viene a la cabeza el problema de los desánimos en la lucha por vivir como hijos de Dios. Hay personas que luchan y caen, tal vez porque se han apoyado demasiado en sus fuerzas, y lloran y se arrepienten, vuelven al Señor y reciben su perdón con alegría. Estas personas se enamoran cada vez más de Jesús, y confían cada vez más en Él.

Pero hay otras que se desaniman ante sus fallos y pecados, pierden la esperanza y tiran la toalla… Será que no confían en la ayuda de Dios, en su perdón, en su gracia. O será que no luchaban por amor a Dios, sino por verse perfectas a sí mismas. No lo sé. En todo caso, es una pena ver cómo abandonan al Señor y se ahorcan con mil ambiciones y placeres que no les dan la felicidad.

Querido amigo mío, san Pedro: te pido, por favor, que nos consigas del Señor un corazón grande, enamorado, lleno de confianza en Dios. Que cuando veas que caemos –y caemos muchas veces al día–, nos recuerdes la lección que tú aprendiste del Maestro: el arrepentimiento y el regreso confiado a su lado. Ayúdanos a luchar por amor a Él y no por amor propio. Ayúdanos, Pedro, a ser humildes, y a compensar con nuestro amor nuestras traiciones, diciéndole muchas veces a Jesús, como tú le dijiste: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17).

Oct 18, 202206:06
Jesús desea perdonar

Jesús desea perdonar

Jesús nos dice que no ha venido a condenar, a juzgar, sino a perdonar y salvar:

«Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él» (Jn 3, 17).

Y por eso tenía tan grandes deseos de llegar a la Cruz, porque sabía que era la hora del perdón:

«Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo!» (Lc 12,50).

Es en la Cruz donde vemos de un modo palpable sus ansias de perdonar. Uno de los ladrones le injuria: «¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

El otro reprende a su compañero: «¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios?». En estas palabras hay un acto de fe maravilloso: Dimas está confesando que Cristo es Dios. Dimas tiene fe.

Después reconoce que merece ser castigado por sus pecados: «Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero este no ha hecho ningún mal».

Y pide: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Dimas, humilde, confía en el simple recuerdo de Jesús.

Y Jesús, que está deseando perdonar y dar a todos el premio de la vida eterna, le responde inmediatamente: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (cf. Lc 23, 39ss). No mañana, ni dentro de un mes, sino ¡hoy!

Si miramos nuestra vida veremos muchas miserias. Pero con un acto de fe y de amor confiado, un acto de arrepentimiento, como el del buen ladrón, todos nuestros pecados desaparecen por la infinita misericordia de Dios.

Todas esas miserias que a nosotros nos pesan y de las que estamos arrepentidos, hacen que Jesús se interese más todavía por consolar nuestro corazón miserable, y venga a perdonarnos. ¿Me veo pecador? No es un motivo para dudar, sino al revés: es una razón para confiar más en Jesús.

«Si tu miseria te abruma, piensa que a Mí Me atrae. Si tu frialdad te da miedo, puedes coger mi amor. Soy tu gran Creador, pero tú eres mi niña. Conozco tus emociones como conozco cada ola del mar. Cuando todavía no has hablado, Yo ya te he oído, puesto que vivo en ti» (Gabrielle Bossis).

No podemos desconfiar de un Dios que se siente más atraído por sus hijos cuando estos se manchan, para limpiarlos y perdonarlos y hacer que regresen al camino del amor.

Oct 11, 202205:13
El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!

El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!

Cuando Job se enteró de la muerte de sus hijos, exclamó: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!» (Job 1, 21). Job es un ejemplo de persona que acepta la voluntad de Dios. Pero no es un ejemplo utópico o imposible de imitar.

Frank Palombo, de 46 años, fue uno de los heroicos bomberos de Nueva York que falleció en el atentado a las Torres Gemelas. Su viuda, Jean, que se casó con Frank en 1982, se quedó sola con diez hijos. Esta es su respuesta a un periodista que le preguntó por su experiencia:

«El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el Señor. Creo que Dios trabaja por el bien de quienes le aman. Este acontecimiento ha sido un gran mal. De todos modos, el amor de Dios ha sobrepasado este mal. Al pensar en los terroristas, solo puedo decir: “Padre, perdónales, porque no saben lo que han hecho”.

Echo de menos de manera terrible a Frank y lloro mucho, pero sé que seguirá ayudándonos desde el Cielo. Estoy pidiendo una intimidad más profunda con Cristo, pues estoy segura de que traerá frutos tan bellos como los que han surgido de mi intimidad con Frank.

Frank ha transmitido la fe a los niños y con frecuencia me consuelan con una palabra. Los niños son felices por el papá que tienen, pero echan de menos el no poder jugar con él, el no poder rezar con él, el no poder aprender con él, o no poder estar con él. Yo tengo miedo, pero me agarro al Señor. Ahora continuaremos, en la Iglesia, haciendo la voluntad de Dios».

Oct 04, 202203:55
El Sacramento de la Paz

El Sacramento de la Paz

La causa más importante de la intranquilidad es ofender gravemente a nuestro Padre Dios y no querer pedirle perdón.

El hijo pródigo, cuidando cerdos, quería alimentarse de las algarrobas… y no le eran dadas. El hambre de ese hombre significa el vacío interior de la persona que se ha alejado de Dios. Pero, cuando vuelve arrepentido, se encuentra con que su padre casi no le deja hablar, no le deja decir todas las explicaciones y disculpas que había ensayado; lo abraza y lo llena de besos, le pone el traje nuevo y el anillo de los hijos, y hace fiesta por todo lo alto.

Si nos arrepentimos, nos encontramos con el perdón y la paz, en nuestra casa, abrazados y besados por Dios, limpios, renovados, contentos.

El problema se produce cuando no confiamos en el perdón de Dios, o nos negamos a reconocer nuestros pecados o no queremos volver a casa porque preferimos cuidar cerdos: no confiamos en que nuestro Padre nos hará felices; pensamos que vivir en la casa del Padre, hacer su voluntad, será motivo de sufrimiento y amargura.

Entonces se produce un conflicto interior entre el amor y el egoísmo o la soberbia. Mientras el conflicto no se resuelve, la persona no tiene paz. Con el tiempo, puede llegar a tener una paz ficticia, conseguida a fuerza de no pensar, de no enfrentarse consigo misma. De ese modo, se enajena, huye de su propia realidad interior y se convierte en un ser ficticio.

Mientras no soluciona el conflicto interior, esa persona se enfada con facilidad ante los estímulos más nimios; se enoja por las dificultades que encuentra para seguir manteniendo su aparente bienestar mental; se exaspera ante las personas que le aconsejan rectificar. No es raro que alguien así ataque de palabra o de obra a los demás, llevando al campo de los otros la lucha que debería mantener en su propio campo.

Pero incluso esa falta de verdadera paz es una llamada de nuestro Padre Dios para que volvamos a su casa, como el dolor es una llamada de atención para que vayamos al médico.

Cuando al fin nos arrepentimos, regresamos y pedimos perdón en el sacramento de la Penitencia, y escuchamos las palabras de Cristo: “Yo te perdono…”, renacen en nuestro corazón la paz y la alegría, que nunca más querremos perder.

Señor, dame la gracia de no cerrar nunca mis ojos a mis pecados, de reconocerlos y pedirte perdón. No permitas que me deje embaucar por el diablo, el padre de la mentira, que me sugiere que en tu casa no encontraré la felicidad, sino la amargura. No es verdad. Solo Tú puedes llenar mi corazón con tu Amor. Gracias, Señor, porque cada vez que voy a pedirte perdón al sacramento de la Misericordia, escucho tus palabras: “Yo te perdono…”. Y siento que me abrazas y me llenas de besos.

Sep 27, 202206:00
Si el Señor me cuida, nada me falta

Si el Señor me cuida, nada me falta

«El Señor es mi pastor, nada me falta:

en verdes prados me hace reposar;

hacia aguas tranquilas me guía;

reconforta mi alma,

me conduce por sendas rectas

por el honor de su nombre.

Aunque camine por valles oscuros,

no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo;

tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 23).

Rezar con frecuencia este salmo nos dará una gran paz, porque es un acto de abandono y confianza en nuestro Padre.

El Señor es el que me protege, y bien se cuida de que nada importante me falte.

Me conduce a las verdes praderas en las que puedo alimentarme con su Eucaristía y con su Palabra, que me dan vigor para seguir caminando por el camino de la vida.

Me conduce a la fuente tranquila de la oración, donde puedo hablar con Él, serenar mi espíritu, reparar fuerzas, ser perdonado y perdonar, meditar sobre los sucesos ordinarios para ver en ellos su voluntad amorosa.

Me enseña el sendero justo, el sendero del amor, por el que me encamina a la felicidad en esta vida y en la eterna.

Su vara y su cayado me tranquilizan, porque no son para atemorizarme; son el símbolo de su poder, que pone a mi servicio.

No tengo motivos de temor: Dios va conmigo. Si me inquieto, si pierdo la paciencia, me sosiega, me tranquiliza, me atrae a sí con su cariño y su sonrisa, y me pide que confíe en Él.

Sep 20, 202203:40
La paciencia y la confianza en Dios

La paciencia y la confianza en Dios

La paciencia es consecuencia de la confianza en Dios.

Tener paciencia es llevar de una manera digna, con buen ánimo, los males presentes, sin caer en la tristeza, un sentimiento que nos priva de la claridad mental para ver las cosas como son.

Tener paciencia es aceptar un aspecto muy importante de los planes de Dios: la temporalidad. Vivimos en el tiempo, y eso quiere decir, entre otras cosas, que lo que esperamos tarda llegar, que las personas tarden en cambiar, que los sufrimientos duran, como también duran las situaciones agradables.

Somos impacientes cuando perdemos el sosiego y la alegría ante las contrariedades, nos quejamos de nuestra suerte y nos dejamos dominar por el abatimiento o por la ira; cuando no aceptamos que una situación incómoda debe perdurar, y queremos anularla ya, de un plumazo.

Pensemos en nuestro hogar, en nuestra familia. Podemos encontrar mil motivos para perder la paciencia y enfadarnos. Los padres coléricos, irascibles, que se enfadan entre sí y con los hijos por cualquier tontería, hacen que enfermen su matrimonio y sus hijos.

A veces nos parece que es imposible ser pacientes. Partimos, como si fuera verdad inconmovible, de que nuestro temperamento, nuestro genio o nuestro carácter no nos permiten permanecer tranquilos, y tenemos que chillar, gritar, enfadarnos, o encerrarnos en nuestra amargura para que los demás se enteren de que nos han molestado u ofendido. Pero no es verdad. La paciencia es posible. Mejorar nuestro carácter es posible. Somos muy negativos con nosotros mismos cuando nos conviene…

Podemos ser pacientes ante la persecución (burlas, desprecios, críticas por obrar como cristianos) y los sufrimientos, si pedimos a Dios esa gracia. Llegaremos incluso a considerar nuestros sufrimientos como una gran alegría:

«Hermanos míos: considerad una gran alegría el estar cercados por toda clase de pruebas, sabiendo que vuestra fe probada produce la paciencia. Pero la paciencia tiene que ejercitarse hasta el final, para que seáis perfectos e íntegros, sin defecto alguno» (St 1, 2-4).

Con la gracia de Dios, podemos, como Cristo, nuestro modelo, vivir la paciencia perdonando a los que nos ofenden, renunciando al deseo de venganza, apaciguando los sentimientos de cólera o irritación, y manteniendo la serenidad y la paz ante las ofensas.

Nuestra paciencia debe fundamentarse en la certeza de que nuestro Padre es Sabiduría y Amor; por tanto, todo lo dispone, incluso los sufrimientos y contrariedades, para nuestro bien. Se trata de confiar plenamente en Él: el plan que ha previsto para nosotros es el que más nos conviene.

Esta confianza hace que, ante las contrariedades, no adoptemos una actitud de mera resignación, sino que veamos en ellas una oportunidad para enamorarnos más de Dios y cooperar con Él en la salvación de todos.

Unos conocidos versos de santa Teresa, que cita el Catecismo, nos señalan la clave de la paciencia:

«Nada te turbe,

nada te espante,

todo se pasa,

Dios no se muda;

la paciencia

todo lo alcanza;

quien a Dios tiene

nada le falta:

solo Dios basta».

Aug 22, 202206:14
Dios les da el pan a sus amigos mientras duermen

Dios les da el pan a sus amigos mientras duermen

Hay cristianos muy responsables, muy serios, muy cumplidores, muy sensatos. Piensan que todo depende de su esfuerzo, de su trabajo, de su sacrificio. Cuando evangelizan a otros, creen que los resultados y los frutos dependen de la cantidad de gestiones “evangelizadoras” que realizan.

Estas personas se agobian y se queman a fuerza de ser muy responsables, de creerse protagonistas de la salvación del mundo. A ellas y a mí nos conviene meditar el salmo 126, en el que parece que el salmista se ríe un poco de los hiper-responsables que madrugan y velan incansablemente hasta muy tarde, mientras el Señor da el pan a sus amigos mientras duermen:

«Si el Señor no edifica la casa,

en vano se afanan los constructores.

Si el Señor no guarda la ciudad,

en vano vigilan los centinelas.

En vano madrugáis,

y os vais tarde a descansar

los que coméis el pan de fatigas;

porque Él se lo da a sus amigos mientras duermen» (Sal 127).

No sirve de nada que os esforcéis tanto, que trabajéis hasta altas horas de la madrugada, que habléis con cientos de personas. El pan que coméis con tantos sudores es raquítico, seco, reseso, como dirían en mi tierra. Dios da a sus amigos un pan fresco y esponjoso mientras duermen. Sí, cuando despiertan, se encuentran en su mesa el pan de balde, gratis, regalado.

Eres Tú, Señor, el que lleva sobre sus hombros el peso del mundo, quien salva y redime al hombre, quien construye la casa y guarda la ciudad.

Nosotros solo somos tus colaboradores, porque nos has concedido ese privilegio. Es maravilloso que nos pidas a nosotros, tus criaturas, que te echemos una mano en un plan tan grande. Ayúdanos a no confundir nuestro papel con el tuyo, que es precisamente lo que hacemos cuando trabajamos, rezamos y nos mortificamos como si todo dependiera de nosotros; cuando evangelizamos como si los frutos nacieran de nuestra capacidad de convencer. Ese modo de pensar termina en el fracaso, en la esterilidad y en el vacío.

Danos confianza en Ti, en tu poder y sabiduría. Ayúdanos a trabajar y a extender tu palabra con el convencimiento de que eres Tú el que da el crecimiento con tu gracia, y así podremos dormir tranquilos, esperando ver, al despertar, los hermosos frutos que Tú has hecho nacer en las almas.

Aug 15, 202204:32
Una religión sin amor

Una religión sin amor

Pelagio, un monje de origen irlandés que vivió entre los siglos IV y V, afirmaba que no necesitamos una gracia especial para recibir la salvación, porque Dios nos ha dotado de suficientes facultades para que, con nuestro propio esfuerzo, logremos llegar a la vida eterna. El pelagianismo podría parecer algo olvidado en la noche de los tiempos. Pero no es así. Tanto el cardenal Ratzinger, después Benedicto XVI, como Francisco han denunciado un tinte pelagiano en el modo de pensar de algunos cristianos contemporáneos. Teniendo en cuenta las referencias de ambos, estas serían las características de los cristianos contaminados de pelagianismo:

  • Quieren el orden puro: no el perdón, sino la justa recompensa.

Entienden la relación con Dios como una cuestión de justicia, donde el perdón no tiene sentido. “Si yo cumplo, Dios debe darme, como justa recompensa, la salvación; y al que no cumple, la condenación”. Esto nos recuerda la parábola del fariseo y el publicano: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que gano» (Lc 18, 11-12).

  • Prefieren la seguridad a la esperanza, porque son incapaces de vivir la tensión hacia lo que debe venir y abandonarse a la bondad de Dios.

Quieren estar en orden con la justicia divina: eso es lo que les da la seguridad. Esperar en la bondad de Dios, abandonarse en Él, confiar en Él… eso es muy incierto. Lo seguro es que las cuentas estén a mi favor.

  • Les falta la humildad esencial para el amor: la de recibir dones más allá de su actuar y merecer.

Entienden que Dios les dé ni más ni menos que lo merecido por sus obras. No son niños, no son humildes, para recibir el amor infinitamente generoso de Dios.

  • Tienen el corazón duro hacia sí mismos, hacia los demás y hacia Dios.
  • Con un duro rigorismo de ejercicios religiosos, oraciones y acciones, quieren procurarse un derecho a la bienaventuranza.

Son duros consigo mismos porque se exigen mucho para tener más mérito ante Dios y ganar la salvación. Son duros e incomprensivos con los demás, a los que exigen, sin contemplaciones, una conducta como la suya. No quieren acoger al pecador, comprenderlo y ayudarlo con cariño. Y son duros hacia Dios, porque no se dejan querer por Él, no le dejan ser Padre, no le dejan ser Amor.

  • El núcleo de este planteamiento: una religión sin amor.

En el fondo, su religión está basada en la justicia entendida de modo legalista: pecado, castigo; obra buena, pago. No hay sitio para la misericordia.

  • Tienen miedo a la gratuidad de Dios, que rompe los esquemas humanos de la conveniencia y la recompensa.

No entienden la gratuidad. Quizá no han pensado siquiera que nuestra misma existencia es fruto de la creación por amor, y que seguimos existiendo porque Dios nos sigue amando. Dios nos da a nosotros mismos. Y con el ser, nos da todo lo demás, la inteligencia, la voluntad, los talentos que tenemos. Todo es suyo. Y además muere por nosotros en la Cruz, destruye nuestros pecados y nos eleva gratuitamente a la categoría de hijos, por la gracia. Y está siempre con nosotros, dándonos en cada instante las gracias que necesitamos para poder caminar hasta el Cielo.

PARA LEER EL TEXTO COMPLETO DIRIGITE A MISIONEROS DIGITALES


Aug 08, 202211:52
El amor a Dios y la perfección

El amor a Dios y la perfección

El Señor nos dice: «Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Jesús dice estas palabras como conclusión a una enseñanza: el amor a los enemigos. Ser perfectos es ser perfectos en el amor: amar a todos, como nuestro Padre celestial, «que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores» (Mt 5, 45). El perfeccionista interpreta la perfección en un sentido que tiene poco que ver con el amor. Quiere hacer las cosas perfectas para estar contento de sí mismo, para que los demás lo admiren al ver la perfección de sus obras, para que Dios lo mire con buenos ojos al no ver ningún error en su conducta. El perfeccionista quiere presentar a Dios, al final del día, una hoja inmaculada, escrita con letra gótica, con fino plumín, con tinta china, y sin ningún borrón.Una cosa es tratar de hacer bien el trabajo y los pequeños deberes de cada día porque queremos responder al amor de Dios con nuestro amor, sirviendo bien a los demás; y otra muy distinta es hacer las cosas perfectas para sentirnos justificados ante Dios. En el segundo caso, como resulta que todas nuestras obras son defectuosas, el perfeccionista se desespera, se hunde y tira la toalla. Nunca consigue llegar al final sin un borrón. Además, aunque consiga hacer algo bien, siempre le parece que su obra tiene más defectos de los que en realidad tiene, y no acaba de estar contento por mucho que le digan que lo ha hecho bien. Nunca es capaz de ponerse un diez. En cambio, el que vive como hijo enamorado de Dios no pretende ponerse un diez. Sabe muy bien que jamás podrá ponerse un diez. Y además le importa un comino ponerse un diez. Lo único que quiere es amar. Y cuando ve que, a pesar de sus esfuerzos de hijo, ha cometido errores, lo reconoce con humildad, pide perdón y se ríe de sí mismo. No pierde la paz. Sabe que su Padre lo quiere mucho, con un Amor que no depende de la nota que se ponga. Y que mira esas cosas “imperfectas” como una madre mira el dibujo “imperfecto” que su niño pequeño hizo para ella.¡Esos dibujos que hacen los niños para su madre! Si los juzgara un crítico de arte, diría que no tienen valor. Pero el juicio de las madres es muy diferente: lo miran, abren la boca admiradas y dicen que es una maravilla. Y ya están pensando que su hijo es un artista, y que cuando sea mayor pintará unos oleos preciosos. Y le dan un abrazo y lo besan, y después ponen ese dibujo en algún sitio donde se vea bien, en el despacho o en la puerta de la nevera… Y si viene una visita, dicen con orgullo: “Lo ha hecho mi hijo. Es un artista”.Pienso que Dios, cuando tratamos de hacer las cosas bien por amor a Él, las juzga con el mismo criterio ilusionado que las madres. Mira nuestras obras como si fueran obras de arte, y las expone en el Cielo, para que todo el mundo admire el talento de sus hijos. Seguro que nunca hemos leído en los Evangelios algo así: “Bienaventurados los que quieren controlarlo todo, los hiper-responsables y los que se agobian por llegar a todo, los ansiosos y los perfeccionistas, que quieren hacerlo todo a la perfección, porque de ellos…” Tendría que terminar diciendo: “…porque de ellos será el psiquiátrico”. Lo que sí hemos leído es esto: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30).Lo que hace suave y ligero el yugo de Cristo es esto: la fe, la esperanza y el amor. Cargas y yugos mucho menos pesados, llevados con cualquier variante del amor propio, resultan insoportables. En cambio, la fe, la esperanza y el amor hacen que confiemos plenamente en Dios, que lo abandonemos todo en Él. Y así nos libera de los fantasmas que nos agobian.....(PARA LEER EL TEXTO COMPLETO DIRIGITE A LA PAG DE MISIONEROS DIGITALES CATOLICOS)

Aug 01, 202208:02
La confianza en Dios nos libera de la rigidez

La confianza en Dios nos libera de la rigidez

Rigidez: todo perfecto, todo en orden, todo controlado, criterios inamovibles, no se admiten excepciones, todos perfectamente uniformados, fila recta, disciplina.

Rigidez: todo lo ilegal es inmoral. La ley es la ley. Lo que dicta la ley, sin interpretaciones relajantes.

¿Recordáis a aquellos fariseos que reñían a los Apóstoles por arrancar espigas en sábado, o condenaban al Señor por curar en sábado? Porque arrancar espigas o curar equivalía para ellos a trabajar, y en sábado no se podía trabajar…

La rigidez suele tener su causa en la inseguridad. Para tener la seguridad de que todo va a funcionar bien, y de que nadie le pueda echar las culpas (ni los demás, ni el Señor) por algo que va mal, la persona rígida se aferra a la letra de la ley y a la disciplina más estricta.

Los edificios que mejor resisten los terremotos son los más flexibles. Los rígidos suelen ser los primeros en derrumbarse.

A primera vista, los rígidos dan la impresión de firmeza y fortaleza, porque cumplen fielmente el deber; pero en la medida en que su vida no está movida por el amor a Dios y a los demás, sino por el amor propio, son muy frágiles y se rompen fácilmente. Además, ¿cómo pueden estar alegres y perseverar con gozo en el camino cristiano cuando su vida es un conjunto de reglas que no dejan respirar, que reprimen la libertad, que angustian el corazón? O cambian su modo de relacionarse consigo mismas, con los demás y con Dios, o enferman.

Si detectamos en nosotros algún síntoma de rigidez, pensemos en el gran remedio.

En primer lugar, confiar más en Dios, que no es un Dios justiciero, legalista, inflexible e implacable, sino un Padre comprensivo, que nos disculpa si cometemos un error o nos equivocamos, que no está esperando a que cometamos una falta de ortografía para castigarnos o condenarnos. Y nos quiere libres. Hijos libres que responden con libertad a su amor.

En segundo lugar, la rectitud de intención. Lo único que debe movernos es el amor a Dios, no el afán de seguridad, no el deseo de que todo esté en orden y de que todo salga perfecto para que se pueda decir que somos  muy responsables, o para sentirnos satisfechos, o para que no nos reprendan los que mandan.

Acabemos con sentido del humor. Yo le diría a una persona perfeccionista: tuerce dos o tres cuadros de tu casa, deja un par de calcetines tirados por el suelo durante una semana, dile a tu hijo pequeño que, si quiere, puede comer un día o dos con las manos, y que no pasa nada si no se lava los dientes algún día. Desordena un poco tu casa. Y no te digo que hagas una gotera en el techo, porque es difícil, pero en las casas antiguas de mi tierra, una gotera es algo esencial. Las hace un trasgo (yo creo que es un duende) llamado Benito Pingueiro, que vive en el desván. Si los dueños de la casa son normales, hace una sola gotera, que ellos miran con orgullo y enseñan a las visitas. Si el marido o la mujer son perfeccionistas, hace dos. Y si son muy perfeccionistas, hace tres goteras. No vale de nada taparlas, porque Benito vuelve a abrirlas.

Un vecino mío, contable de una empresa de conservas, era perfeccionista hasta los tuétanos. Una noche subió al desván hecho una fiera: «¡Benito Pingueiro, tres goteras es demasiado!», gritó. Y Benito, que no se deja ver, porque suele estar dentro de una maleta vieja o embutido en una alfombra enrollada, le dijo: «Te lo mereces. Y como sigas así te haré una cuarta, pero esta vez caerá mismamente encima de tu librería, porque la tienes demasiado ordenada. Cuando en tu casa huela más a cariño y menos a severidad, cuando oiga más risas que llantos, y suban hasta aquí más alegrías que tristezas, entonces… podrás arreglar las goteras».

Jul 25, 202207:10
Nadar contracorriente sin perder la paz

Nadar contracorriente sin perder la paz

Los que intentan seguir a Cristo tienen que nadar contracorriente.

Sufren ataques, críticas y burlas porque su modo de pensar y actuar se considera fanático, pasado de moda, infantil o insensato.

Sufren al ver cómo se establecen leyes que permiten dar muerte a los inocentes, no respetan la libertad de las conciencias, facilitan la ruptura de las familias o impiden a los padres educar cristianamente a sus hijos.

Sufren al ver que los cristianos son perseguidos, que la Iglesia es denigrada todos los días en los medios de comunicación, y que una gran parte de la sociedad está siendo corrompida desde la infancia.

Y muchos se sienten impotentes ante esta avalancha de basura. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer?

En primer lugar, no tener miedo a nada ni a nadie, porque

«Dios es nuestro refugio y fortaleza,

socorro fácil de encontrar en las angustias.

Por eso no tememos aunque se conmueva la tierra,

y se derrumben los montes en lo hondo del mar;

aunque se agiten y hiervan sus aguas,

y, por su ímpetu, retiemblen los montes (…).

El Señor de los ejércitos está con nosotros,

nuestra fortaleza es el Dios de Jacob» (Sal 46).

Después, dar gracias a Dios, porque muchos cristianos están trabajando muy bien en todo el mundo para contrarrestar la suciedad con aguas limpias. Y también porque hay muchos no católicos y no cristianos que luchan por la verdad y la justicia.

Es probable que tengamos que pensar en hacer más, pero sin perder la paz ni el tiempo en quejas estériles.

Con paz, tenemos que desagraviar a nuestro Padre por todas las ofensas que recibe cada día.

Con paciencia, tenemos que enseñar la verdad a todo el que quiera escucharla, empleando los medios a nuestro alcance: el diálogo personal y los medios de comunicación.

Confiando en Dios, tenemos que poner generosamente tiempo y medios económicos al servicio de la difusión de la verdad.

Con serenidad, recibiremos las críticas, burlas y ataques, recordando estas palabras del Señor:

«Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 11-12).

Jun 13, 202205:16
Las quejas de los israelitas y las nuestras

Las quejas de los israelitas y las nuestras

Dios les había demostrado mil veces su poder a los hijos de Israel, y, a pesar de todo, se quejan y se echan a llorar amargamente en el desierto:

«¿Quién nos dará carne para comer? Nos acordamos del pescado que estaríamos comiendo de balde en Egipto, y de los pepinos, las sandías, los puerros, las cebollas y los ajos, pero ahora nuestra alma está reseca; no vemos nada más que maná» (Num 11, 4-6).

Es patético. El Señor los ha sacado de la más humillante esclavitud y quiere darles una tierra maravillosa en la que serán libres. Y ellos se quejan porque no pueden comer los pepinos, los ajos y los puerros que comían en Egipto, donde eran esclavos del faraón.

También a nosotros el Señor, muriendo en la Cruz, nos ha rescatado de la peor esclavitud, la del pecado, y nos quiere llevar al Cielo, donde seremos felices para siempre. Y nosotros nos quejamos de las pequeñas dificultades del camino, de la falta de puerros y ajos.

¿Cuáles son nuestras quejas habituales? Quejas por las dificultades económicas, por el carácter de las personas con las que convivimos, por los problemas del trabajo, por cuestiones de bienestar o de salud, por nuestros defectos… Y si no encontramos de qué quejarnos, nos lamentamos de lo mal que va el mundo.

La queja puede ser un desahogo, y es bueno desahogarse con alguien que nos pueda entender y ayudar. Toda alma necesita su desaguadero, decía santa Teresa. Pero, a veces, la queja es la manifestación de que no sabemos aceptar las dificultades con valentía y paciencia, de que queremos hacer ver a los demás que somos víctimas, o de que no nos atrevemos a poner los medios para solucionar los problemas. Nos quejamos, nos amargamos y amargamos a los demás.

Señor, ayúdanos a ver tu Amor detrás de las contrariedades, a darnos cuenta de que, con las dificultades que nos envías, quieres limpiar bien nuestra alma, como una madre lava a su hijo, para que podamos entrar en el Cielo. Dicho de otro modo: quieres que nos enamoremos más de Ti, pues el amor es lo que de verdad purifica el alma y la une a Ti.

Ayúdanos a ver, detrás de los casi siempre pequeños sufrimientos, tu petición amorosa: “Ayúdame con esa pequeña Cruz a llevar mi Cruz por vosotros”.

Jun 06, 202205:21
Aceptar a los demás como son

Aceptar a los demás como son

El Señor ha depositado una gran confianza en nosotros: nos ha encomendado el cuidado de otros hijos suyos: padres ancianos, hijos, hermanos, amigos, colegas de trabajo… Si pensamos que es así, que el cuidado de los demás es un encargo de Dios, o que equivale a cuidar del mismo Jesús –porque esa es la verdad–, nos puede resultar más fácil aceptar los diversos modos de ser. Cuando nos cuesta admitir el carácter o las manías de alguno, podemos pensar: “Es mi hermano, es hijo de Dios, está a mi cargo, tal como es, para que yo lo ayude a ser feliz y fiel a Jesucristo. Si Dios me ama a mí tal como soy, yo debo amar a los demás tal como son”.

Y en esos defectos innegables que tienen los demás, y que vemos agrandados por nuestros deseos de comodidad o por nuestra soberbia, veremos ocasiones de agradar a Dios, de practicar la paciencia alegre, el perdón, la comprensión y la disculpa.

Señor, ¿cómo quieres que trate a mis hermanos, a las personas con las que convivo? ¿Cómo los tratarías Tú en mi lugar?

Admiramos a esas personas que han entregado su vida a Ti a través de los pobres y enfermos, y pensamos que también nosotros podríamos hacerlo si esa fuese nuestra vocación. Haznos entender, Señor, que esa es precisamente nuestra vocación. Los pobres y enfermos somos todos, son las personas a las que tratamos, y somos nosotros mismos. Danos un corazón más grande y, sobre todo, que no olvidemos nunca, Señor, que cada persona que vive a nuestro lado es un hijo tuyo, cuyo cuidado nos has encomendado, y que nos ayudarás en todo momento a vivir tu encargo.

May 30, 202204:03
Aceptar las circunstancias en las que Dios nos ha puesto

Aceptar las circunstancias en las que Dios nos ha puesto

Un motivo de inquietud: no aceptar las circunstancias en las que nos ha tocado vivir.

Pensamos que podríamos ser más felices en otra profesión, en otra ciudad, en otro ambiente. Y esto hace que estemos inquietos pensando en la manera de cambiar nuestra situación, aun sabiendo que no va a ser posible.

Hasta que caemos en la cuenta de que ese escenario en el que vivimos es el que Dios ha querido para nosotros –al menos de momento–, y que es ahí donde más podemos agradarlo, donde mayor bien podemos hacer a los demás. Esto no quiere decir que sea malo tratar de mejorar nuestras circunstancias personales, familiares, etc., sino que debemos hacerlo con serenidad, sin dejarnos esclavizar por la vanidad, por la impaciencia (falta de paz interior) o por utopías irrealizables. Todo eso casi siempre repercute negativamente en los que nos rodean.

Además, sucede con frecuencia que el que no sabe estar contento en una situación, tampoco lo está en la nueva, en la que ha puesto tantas ilusiones. Pienso en esas personas que siempre están buscando cosas novedosas y originales para llenar un interior inquieto, y nada les convence: ni el trabajo que han encontrado, ni las aficiones o los planes de descanso que han proyectado, ni las amistades que tienen… Nunca están a gusto, nunca se conforman. Y uno se pregunta si lo que están buscando realmente es el modo de llenar un vacío interior que nunca podrán colmar con lo que buscan. Porque ese vacío, ese deseo de felicidad insatisfecho, solo se puede saciar con el amor de Dios.

El problema no depende tanto de las circunstancias cuanto de nuestras disposiciones interiores: de nuestra confianza y abandono en los planes de Dios, de reconocer su voluntad en las circunstancias concretas de cada día, de aceptar sus planes, y de aceptarnos a nosotros mismos.

Señor, Tú me has puesto aquí, en este lugar, en este trabajo, con estas personas, con frío o calor, con lluvia o sol. Quieres que te agrade aquí, en esta parcela del mundo, que dé testimonio cristiano aquí, que haga felices a las personas que me rodean aquí, y que yo sea santo aquí. Ayúdame a aprovechar todas las circunstancias para amarte y amar a los demás.

May 23, 202205:28
Falsa prudencia

Falsa prudencia

Hay una conducta que parece muy sensata y prudente, pero no lo es: la excesiva solicitud por los bienes de esta vida (dinero, salud, belleza, prestigio, éxito profesional…): poner un afán desmedido en conseguirlos, y dejarse dominar por el miedo a que nos falten. Esta preocupación tiene como consecuencia el desinterés por lo espiritual, es motivo de continua inquietud, y supone una falta de confianza en Dios.

Cuidar los bienes materiales que poseemos o tratar de conseguir honradamente los bienes temporales que necesitamos es bueno, y debe ser un medio para crecer en perfección y libertad, pero no para convertirnos en esclavos de las cosas o de la ambición.

Santo Tomás sitúa el origen de esa conducta en la avaricia, en el desmesurado afán de poseer bienes para la propia seguridad, o para afirmar la personal grandeza y dignidad.

La avaricia es contraria a la confianza en Dios, porque consiste en depositar en los bienes materiales la confianza que solo deberíamos tener en Él: como si los bienes materiales nos fueran a salvar, como si fueran a darnos la felicidad absoluta a la que aspiramos.

La excesiva confianza en los bienes materiales tiene, al menos, dos problemas (y no hacen falta estudios especiales para conocerlos). El primero es que exigen de nosotros una preocupación continua para mantenerlos, de modo que nunca podemos estar tranquilos. El segundo: como siempre parecen insuficientes, siempre estamos insatisfechos…

Cuando confiamos absolutamente en nuestro Padre Dios y consideramos su Amor como la mayor riqueza, al mismo tiempo que nos esforzamos por buscar y cuidar los bienes que necesitamos (bienes que le agradecemos porque recibimos de sus manos), desaparece la intranquilidad. Entonces somos verdaderamente prudentes y libres.

May 16, 202204:54
Buscar primero el Reino de Dios y su justicia

Buscar primero el Reino de Dios y su justicia

Hay unas palabras de Jesús, transmitidas por san Mateo (6, 25-34), que hemos leído o escuchado muchas veces. Confieso que, en mi ignorancia, pensé alguna vez que no pasaban de ser una bella metáfora:

«Por tanto os digo: No estéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con que os vais a vestir. ¿Es que no vale más la vida que le alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir un solo codo a su estatura? Y sobre el vestir, ¿por qué os preocupáis? Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Y si la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿Cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así pues, no andéis preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad». Con estas palabras, el Señor no pretende decirnos que abandonemos nuestro trabajo, nuestros deberes profesionales, familiares, económicos, etc., y nos acostemos en una tumbona, esperando que caigan del cielo el alimento y el vestido. Es Dios mismo quien nos dice que ha creado al hombre para trabajar, para que colabore con Él en la obra de la Creación. Jesús, Dios hecho hombre, trabaja en Nazaret con sus propias manos. Y, a través de san Pablo, en la segunda carta a los de Tesalónica, nos dice que el que no trabaje que no coma. Hay que fijarse bien en estas palabras, que son la clave de las demás: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia». Ahí está la solución para nuestras inquietudes.

¿Qué significa buscar primero el Reino de Dios y su justicia?

Que lo más importante es que abramos nuestro corazón para que el Señor reine en él.

Que busquemos agradar a Dios en todo y amar a los demás por Dios.

Que convirtamos nuestro trabajo, las relaciones familiares y sociales, el descanso, todo, en un medio para que el Señor reine en el mundo.

Entonces, dejaremos de tener preocupaciones e inquietudes.

¿Qué preocupaciones e inquietudes? Las que proceden de poner “en primer lugar” la posesión de medios materiales para garantizar nuestra seguridad y nuestro bienestar. Cuando eso es “lo primero”, “lo más importante”, vivimos en continua inquietud, porque nada es permanente y nada nos parece suficiente para garantizar nuestra prosperidad. Incluso cuando nos hemos propuesto buscar “primero” el Reino de Dios y su justicia, nuestra desconfianza puede seguir ahí, bien arraigada en el corazón. Puede entrarnos la duda de si Él se va a preocupar de verdad de nuestros problemas. 

«Me da mucha pena la muchedumbre, porque ya llevan tres días conmigo y no tienen qué comer» (Mt 15, 32).

Jesús no solo enseña la verdad a la muchedumbre que le sigue. Se preocupa de su alimento. ¿Cómo no se va a preocupar, si ese problema lo tienen porque lo siguen a Él? Si nos preocupamos por el Reino de Dios, por hacer su voluntad, lo demás se nos dará por añadidura....

May 09, 202207:40
«Si pudiera sufrir más por ti, lo haría»

«Si pudiera sufrir más por ti, lo haría»

«Se llamaba Juliana de Norwich; era analfabeta, esta joven que tuvo visiones de la Pasión de Jesús y que luego, en la cárcel, describió con lenguaje sencillo, pero profundo e intenso, el sentido del amor misericordioso. Decía así: “Entonces nuestro buen Señor me pregunto: ‘¿Estás contenta de que yo haya sufrido por ti?’. Yo dije: ‘Sí, buen Señor, y te agradezco muchísimo; sí, buen Señor, que Tú seas bendito’. Entonces Jesús, nuestro buen Señor, dice: ‘Si tú estás contenta, también yo lo estoy. El haber sufrido la pasión por ti es para mí una alegría, una felicidad, un gozo eterno; y si pudiera sufrir más lo haría’”. Este es nuestro Jesús, que a cada uno de nosotros dice: “Si pudiera sufrir más por ti, lo haría”.

¡Qué bonitas son estas palabras! Nos permiten entender de verdad el amor inmenso y sin límites que el Señor tiene por cada uno de nosotros. Dejémonos envolver por esta misericordia que nos viene al encuentro; y que en estos días, mientras mantenemos fija la mirada en la pasión y la muerte del Señor, acojamos en nuestro corazón la grandeza de su amor y, como la Virgen el Sábado, en silencio, a la espera de la Resurrección» (Papa Francisco, Audiencia, 23-3- 2016).

El Señor sufrió la muerte en la cruz por mí y por todos, por cada uno, y aunque solo yo existiera en el mundo, moriría por mí. Y si fuera preciso morir mil veces, mil veces moriría. No podemos imaginarnos lo grande que es su cariño por nosotros. Y por eso es bueno que le pidamos: “Hazme saber, hazme sentir cuánto me quieres”. No nos conformemos con saberlo de un modo “teórico”. Tenemos que experimentarlo, sentirlo, percibirlo con la inteligencia y con todos nuestros sentidos.

Cuando alguien me hace un favor, le estoy agradecido. Si me hace un gran favor, le estoy agradecido para toda la vida. En cambio, a Jesús, que ha muerto por mí, qué pocas veces le agradezco su amor. Y apenas me acuerdo, como si el Calvario fuera algo lejano, muy lejano, casi una leyenda. Dios mío, si voy al Calvario en cada Misa, en la que te ofreces al Padre por mí y por todos. Dame un corazón agradecido, un corazón que no olvide la Sangre derramada por mi salvación.

¿Y cómo podemos agradecerle su sufrimiento en la Cruz? De muchas maneras. Por ejemplo, podemos ofrecerle nuestros pequeños sufrimientos o contrariedades de cada día, esas cosas que nos disgustan, que arrancan de nosotros una queja, que nos molestan. Son tonterías, pero si las ofrecemos al Señor en agradecimiento por su amor, dejan de ser tonterías, porque se convierten para Él en un consuelo.

Feb 28, 202205:40
¿Cómo podría amarnos más?

¿Cómo podría amarnos más?

San Juan Crisóstomo pone estas palabras en boca de Jesús:

«Hasta te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro y cabeza, y hermano y hermana y madre; todo lo soy, y solo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?».

Dios nos quiere infinitamente. Por tanto, podemos confiar en Él absolutamente. Por su parte, no “puede” hacer más por nosotros, porque lo hace todo.

Nos ha creado y redimido para que seamos sus hijos y amigos íntimos.

La amistad humana nos puede ayudar a entender mejor cómo debe ser la amistad con Dios.

El Señor nos dice lo importante que es un buen amigo:

«El amigo fiel es un refugio que da seguridad; el que lo encuentra, ha encontrado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio: ningún dinero ajusta para comprarlo. El amigo fiel es un tónico de vida. Los que aman al Señor lo encontrarán; el que teme al Señor sabe ser fiel amigo y hace a sus amigos como él» (Sirácide, 6, 14-17).

Un amigo fiel, leal, en el que podemos confiar, que está a nuestro lado precisamente cuando lo necesitamos, es un tesoro. A un amigo así podemos abrirle nuestra alma porque sabemos que nos va a comprender y ayudar… «Los que aman al Señor lo encontrarán». La amistad con Dios nos anima a vivir mejor la amistad humana, y la amistad humana debe convertirse en reflejo de la amistad divina.

Nuestra amistad con Cristo puede y debe ser la más íntima, la más confiada, las más fuerte y fiel. Él es el Amigo que nunca traiciona. Podemos confiar en Él absolutamente. Está siempre a nuestro lado. No nos pide nada a cambio de su amistad: nos lo da todo porque nos quiere. Y solo a Él podemos abrirle totalmente nuestra alma, porque solo Él nos comprende totalmente y solo Él nos puede ayudar siempre y de modo eficaz.

Solo quiere intimidad. Es Él quien comienza nuestra amistad, pues nos crea por amor y nos llama a responder con nuestro amor. Muere porque nos quiere y nos eleva hasta su corazón, convirtiéndonos en hijos.

Es Él quien comienza nuestro diálogo, pues en la Escritura nos habla de sí mismo, nos abre su intimidad, nos escribe esa carta que son los Evangelios, contándonos cómo es y cuánto nos quiere.

Es Él quien nos llama a la amistad cuando nos dice que hablemos en la oración, que lo tratemos, que le pidamos lo que queramos.

Pero desea todavía más intimidad, y viene a nosotros en la Eucaristía. En esta vida no puede haber más intimidad entre el hombre y Dios que cuando nos unimos en ese Sacramento.

«Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?». Señor, no podemos pedir más. Nos lo has dado todo, porque te nos has dado a Ti mismo. Esa entrega tuya, que nos convierte en hijos y amigos, pide una respuesta por nuestra parte: vivir como hijos y amigos en intimidad contigo.

Feb 21, 202206:45
Dios se ocupa de lo pequeño y de lo grande

Dios se ocupa de lo pequeño y de lo grande

«En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están todos contados» (Mt 10, 30).

Acudimos a Dios tal vez cuando tenemos grandes problemas, pero no nos cabe del todo en la cabeza que a Él también le interesen nuestros problemas más nimios, nuestras pequeñas preocupaciones de cada día. Imaginamos que eso, para Él, no tiene ninguna importancia.

Es como si pensásemos que ya tiene demasiadas ocupaciones, y que sería egoísmo pretender “reclamar su atención” para las dificultades normales de cada día.

Pero los padres están pendientes de todo lo que se refiera a sus hijos, por pequeño que sea. Y Dios es el único que tiene poder para estar atento a todos y cada uno de sus hijos, a todas y cada una de sus preocupaciones.

Dios se ocupa de todo. Me conmueve lo que dice Jesús a Jairo y tal vez a su mujer, después de resucitar a su hija.

Dice el evangelio según san Marcos que Jesús tomó la mano de la niña y le dijo: «Talitha qum, que significa: Niña, a ti te digo, levántate. Y en seguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años. Y quedaron llenos de asombro. Les insistió mucho en que nadie lo supiera, y dijo que dieran de comer a la niña» (Mc 5, 41-43).

No se conforma con hacer un gran milagro como es resucitar a una niña muerta, sino que les dice a sus padres –que quizá estaban fuera de sí de alegría– que no se olviden de darle de comer. ¡Qué delicadeza la de Jesús!

¿Y el milagro de Caná? ¿Acaso era un problema de vida o muerta la falta de vino? Pero Jesús, a instancias de su Madre, hace aquel milagro “casero”, también para que nos quede claro que Él nos atiende, cada día, en todas nuestras necesidades, pequeñas o grandes.

Feb 14, 202204:15
Insatisfacción y mal humor

Insatisfacción y mal humor

La insatisfacción se debe casi siempre a que no nos aceptamos como somos. Quizá como fruto de la educación recibida, de nuestra soberbia y ambición, nos hemos puesto a nosotros mismos un listón muy alto, tenemos en nuestra mente una imagen ideal de cómo debemos ser, y nunca logramos llegar a nuestras pretensiones: porque no somos tan listos como pensábamos, ni tan simpáticos, ni tenemos tantos talentos como creíamos. El resultado es el descontento: no aceptamos las derrotas y nunca estamos satisfechos con nuestros logros porque no pasan de mediocres. Entonces, nos enfadamos contra nosotros mismos. Pero ese enfado lo proyectamos hacia los demás, y nos convertimos en personas que están casi siempre de mal humor, personas con las que es muy difícil convivir.

Solo hay una solución: aceptarnos a nosotros mismos.

Pero no es fácil. Porque aceptar nuestras limitaciones hace que en nuestro corazón se reduzca la propia valoración. Y nos cuesta reducir el nivel de valoración que nos habíamos adjudicado. ¿Cuál es el error? Pensar que el criterio de nuestro valor es lo que nosotros pensamos o lo que piensan los demás. Ese es el gran error que debemos superar.

Nuestro valor depende de nuestro Creador y Padre. ¿Cuánto valgo yo? No lo que yo pienso que valgo ni lo que piensan los demás. Valgo lo que valgo a los ojos de mi Padre. Valgo lo que valgo en su Corazón. ¿Cuánto es eso?

Dios ha entregado su Sangre en la Cruz por mí. Por tanto, yo valgo toda la Sangre de Cristo.

Ese es mi verdadero valor.

En cuanto a los juicios ajenos, los abandonamos en manos de Dios, y le pedimos que, si algún prestigio nos conceden, sea para su gloria, no para la nuestra.

Dios mío, que yo me entere de cuánto valgo para Ti, de cuánto me quieres. Entonces no habrá nada que me quite la paz, porque como tengo tu Amor lo tengo todo. No necesito mendigar el aprecio de la gente, no necesito demostrar cuánto valgo, ni a los demás ni a mí mismo. No, porque Tú me quieres por mí mismo, como un padre quiere a su hijo.

Feb 07, 202204:56
Como la gallina reúne a sus polluelos

Como la gallina reúne a sus polluelos

«Porque Tú eres mi refugio, la torre inexpugnable frente al enemigo. Que sea yo por siempre huésped de tu tienda, amparado a la sombra de tus alas» (Sal 61, 4-5).

Le gusta al Señor comparar su protección a las alas de las aves.

«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste» (Mt 23, 37).

Como la gallina reúne a sus polluelos… Es tierno el cariño de nuestro Dios. Quiere tener a sus hijos cerca, muy cerca, bajo sus alas. Allí encuentran la protección y el calor de su Padre y la compañía de sus hermanos.

Pero «no habéis querido». Jesús parece decepcionado. Lo mismo nos pasaría a nosotros si un amigo al que le hemos demostrado mil veces nuestra amistad, nos despreciara.

O deseara nuestra muerte…

Supongo que es la soberbia, el afán de autonomía e independencia, lo que nos impide refugiarnos confiadamente bajo sus alas.

Ese afán es a veces tan exaltado que resulta ridículo y produce risa, si no fuera porque, a la vez, es una actitud lastimosa. Vienen a la cabeza estas palabras de la Escritura:

«¿Por qué se enorgullece el que es tierra y polvo? Incluso en vida, sus entrañas son repugnantes (…) Cualquier potentado es de vida breve; así, el que hoy es rey, mañana morirá. Cuando el hombre muere, deja en herencia lombrices, bichos y gusanos. Principio de la soberbia humana es alejarse del Señor, y que su corazón se aparte de quien lo creó» (Sirácide 10, 10, 12-15).

No somos nada; pero, al mismo tiempo, somos hijos de Dios, y esa es nuestra grandeza y nuestra fuerza. Dios, el Omnipotente, nos protege, nos cobija bajo sus alas. Nos guarda como a las niñas de sus ojos. Él mismo nos sugiere que recemos así:

«Guárdame como a la niña de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme» (Sal 17,8).

Jan 31, 202204:38
La protección del Altísimo

La protección del Altísimo

El salmo 91 es una maravillosa exhortación a la confianza total en Dios.

«Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”».

El salmista nos invita a hacer un acto de abandono en las manos de Dios. Y a continuación nos promete que ningún mal nos va a suceder:

«Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás; su brazo es escudo y armadura».

Nada tiene que temer el que en Dios confía, ni «el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta a mediodía». Si el Señor está con nosotros, ¿qué mal nos puede suceder? Con Él superaremos el temor, cuando nuestra vida parezca una noche oscura.

Tal vez no veamos nada, pero sabemos que nos lleva de la mano y no nos deja. Con Él no tendremos miedo a las flechas que vuelan de día, a los ataques de quienes se oponen a Cristo y a la Iglesia. Y seremos fieles, aunque el mal, como una epidemia o una peste, intente penetrar en nuestros corazones.

«No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones».

Dios ha puesto a nuestro lado un ángel y le ha dado órdenes explícitas de que nos proteja y custodie en todo momento. Es nuestro amigo, poderoso y sabio, que guarda nuestro corazón para que sea siempre del Señor.

A lo largo del nuestro camino en la tierra hay muchas piedras –tentaciones– en las que podemos tropezar, víboras que intentan morder a traición, y leones que atacan con furia. No pasa nada. Nuestro ángel nos ayuda, nos protege, nos advierte. Basta con que seamos dóciles a sus consejos.

El salmo termina con una promesa divina:

«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré, lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación».

Después de esta vida, si hemos confiado en Él, si no nos hemos soltado de su mano poderosa, veremos para siempre la salvación de Dios.

El siguiente comentario de san Bernardo nos puede ayudar a confiar más en nuestro Padre:

«Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle a tu Hijo único, le infundes tu Espíritu. Incluso le prometes la visión de tu rostro. Y para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos».

Jan 24, 202206:49
Dios no nos espera, nos busca

Dios no nos espera, nos busca

El Señor es siempre fiel a su palabra. Nos quiere siempre. También cuando cometemos el error de no serle fieles. Sí, Él nos sigue queriendo. Y no se queda esperando, con los brazos cruzados, a que regresemos. No se queda en su casa diciendo: “Allá él. Ya sabe que estoy aquí. Ya sabe el camino. Si quiere volver, que vuelva”.

La parábola del hijo pródigo es una maravilla. Pero no lo puede decir todo. Uno podría pensar que lo único que hace Dios es esperar pacientemente a su hijo, y no es así. Hay que mirar a otra parábola, la del buen pastor.

El buen pastor, que representa a Jesucristo, deja las noventa y nueve ovejas en el redil y se va en busca de la que se había perdido. No descansa: busca, llama una y otra vez a su oveja para que, al reconocer la voz de quien más le ama, se oriente de nuevo. Y cuando la encuentra, la abraza, la pone sobre sus hombros, y regresa contentísimo para unirla a las demás en la seguridad del redil, al que los lobos no pueden acercarse.

Jesús no se queda esperando, con los brazos cruzados, a que el pecador regrese. Jesús está mucho más interesado, mucho más “preocupado” que cualquiera por mi salvación, tiene más poder que cualquiera para atraerme a la verdad, y no se olvida de mí ni por un instante. Porque yo, como tú, le he costado a Jesús toda su Sangre.

¿Pensamos quizá que a Jesús, que murió por cada uno en la Cruz, le da igual que uno se salve o se pierda? Ni hablar. Él busca al hijo que se ha ido, y sufre por ese hijo, y no se queda tranquilo hasta que lo halla.

«Yo mismo buscaré a mi rebaño y lo apacentaré. Como recuenta un pastor su rebaño cuando está en medio de sus ovejas que se han dispersado, así contaré mis ovejas y las recogeré de todos los lugares en que se dispersaron en el día de niebla y oscuridad» (Ez 34, 11-16).

«¿Acaso me agrada la muerte del impío, oráculo del Señor Dios, y no que se convierta de sus caminos y viva?», dijo Dios a través de Ezequiel (18, 23). Y si eso es lo que quiere, podemos estar seguros de que pondrá todos los medios para conseguirlo, respetando, al mismo tiempo, nuestra libertad.

Hay padres cristianos que están muy dolidos y preocupados porque uno o varios de sus hijos, a pesar de la educación cristiana que han recibido desde la cuna, se han apartado de Dios.

Esos padres y madres sufren porque saben que sus hijos han elegido el camino equivocado, y han dejado el único Camino que conduce a la felicidad.

Pero, a la vez, deben encontrar consuelo en esta verdad: Jesús está más “interesado” que ellos en conseguir que sus hijos regresen a la casa del Padre, porque son hijos de Dios.

Jan 03, 202204:52
Somos de la familia de Dios

Somos de la familia de Dios

«El Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 64).

Decir que somos de la familia de Dios no es hacer una bella metáfora. Es una verdad, y una verdad tan preciosa que para que fuera posible Cristo murió en la Cruz.

Dios ha querido tener hijos, muchos hijos, hermanos de Cristo, hijos en el Hijo, otros Cristos. Eso lo dispuso desde el principio. No después, en algún momento de la historia, sino al principio. Tenemos que leer con calma el primer capítulo de la carta de san Pablo a los Efesios, porque ahí está nuestra vocación, la respuesta a la pregunta por nuestra existencia en esta tierra. Dice san Pablo que Dios «nos ha bendecido en Cristo… ya que en Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo» (Ef 1, 3-5). Eso es lo que Dios quiere desde siempre: que seamos hermanos de Cristo, hijos de Dios, y de ese modo pertenezcamos a la familia divina.

Somos de la familia de Dios. Todo lo de Dios es nuestro, y lo nuestro es suyo. Vivimos con paz, tranquilos, porque estamos en nuestra casa, en la casa en la que hemos nacido, donde nuestro Padre todopoderoso es el que manda, el que lleva sobre sus hombros el peso de la hacienda, y todo cuanto hace es para que sus hijos seamos felices, y cuando nos ve agobiados, nos llama y nos pregunta: “¿Qué te pasa? ¿No soy yo tu Padre? Déjalo todo en mis manos. Ven y descansa conmigo, que me encanta estar contigo, hijo mío”.

Y puedo pedirle la luna. Claro que le puedo pedir la luna, porque los hijos pequeños pedimos lo que se nos antoja, y no sabemos lo que pedimos. Y el Señor nos dice que sí, que le pidamos la luna porque nos la va a dar, y mucho más que la luna: se nos va a dar Él mismo en la Eucaristía, y después se nos va a dar en el Cielo, para que seamos felices con Él por toda la eternidad.

Dec 27, 202104:16
Los hijos de Dios vivimos en “nuestra casa”

Los hijos de Dios vivimos en “nuestra casa”

Somos hijos de Dios. El mundo es la casa que nuestro Padre hizo para nuestro hermano mayor, Jesús, y para nosotros, los hermanos de Jesús.

Pisamos el suelo de la casa de nuestro Padre, de nuestra propia casa. Aquí, en el mundo, no somos unos extraños, ni unos advenedizos, sino los hijos del Dueño.

En el barco en el que navegamos, somos los hijos del Capitán. No tenemos miedo, aunque las olas se encrespen y parezca que van a engullir la nave. El Capitán es mi Padre, y es dueño del mar, de las olas, del viento y del universo entero.

En el Reino que estamos construyendo, somos los hijos del Rey, y no nos inquietamos si los enemigos, sobre todo, nuestras malas tendencias, parecen muy fuertes y gritan para provocar el miedo. El Rey de este Reino es mi Padre, el Señor de señores. Con Él a mi lado, nada temeré, nada me hará temblar.

Dios ha hecho para nosotros esta casa del mundo a fin de demostrarnos su Amor y hacernos felices.

¡Cuántas cosas preciosas y buenas nos ofrece, para que disfrutemos de ellas y le demos gracias! ¡Para que confiemos siempre en su poder! Millones de estrellas, que brillan en la noche, lanzadas por su mano poderosa, como arena de la playa. El sol, la luna, el cielo, la tierra, el mar… El mar tranquilo y el mar embravecido, el mar abierto y profundo, el mar azul.

Dios mío, Padre mío, que has hecho todo esto, que eres el Poder y la Fuerza, que eres el Amor y la Sabiduría, que me quieres con un corazón de padre y de madre, ¿por qué no confío totalmente en Ti? ¿Por qué no me abandono absolutamente en tus brazos?

Dec 20, 202103:33
El amor de los padres debe ser reflejo del amor de Dios

El amor de los padres debe ser reflejo del amor de Dios

Una vez más pienso en las personas que no perciben el amor que Dios les tiene; es más, que lo ven como un ser lejano, triste y sin amor, porque no han recibido el amor de sus padres, o han recibido un amor equivocado.

Sé que me repito. Pero que conste que lo hago a propósito: de momento, no chocheo. Lo hago por si algún padre o madre lee esto, para que sepa qué importante es su amor, y que importante es que sepa amar bien a sus hijos.

Los hijos que no reciben de sus padres el cariño que debían recibir, que sufren al ver cómo el padre y la madre se pelean o incluso rompen; los hijos mal queridos, mal tratados; los hijos que han crecido sin la ternura de su padre, o bajo el afán controlador de su madre; los hijos traicionados… A todos esos hijos les resulta difícil entender bien la ternura de Dios: les cuesta confiar en Dios y en su amor infinito.

Los hijos necesitan sentir que son amados por sus padres de modo incondicional, por ser hijos, no por conseguir buenos resultados en sus estudios o en sus deportes, no por comportarse bien o mal, no por ser tranquilos o traviesos.

Necesitan sentirse amados por su padre con un cariño lleno de afecto y ternura.

Necesitan ver en las exigencias y correcciones de sus padres una consecuencia de su amor, nunca una venganza provocada por la ira.

Necesitan que sus padres vayan soltando amarras, para tener la oportunidad de hacer uso de su libertad.

Necesitan no solo ser queridos por su padre y por su madre, sino por un padre y una madre que se quieren. Esto es esencial para la vida del niño, para la formación de su corazón y de su cabeza, para su salud psicológica, moral y espiritual.

Los padres tienen ese privilegio, que es a la vez una responsabilidad: representan para sus hijos a Dios. Con el tiempo, los hijos verán a Dios de acuerdo con el reflejo divino que han visto en sus padres. Percibirán su Amor si han sido bien amados por sus padres. Confiarán totalmente en Él si han podido confiar totalmente en sus padres.

Dec 13, 202103:48
El amor de los padres y la “imagen” de Dios

El amor de los padres y la “imagen” de Dios

¿Cómo es el rostro de Dios que tenemos en la mente y en el corazón? ¿Qué imagen tenemos de Dios?

Desde que nacemos, sentimos el cariño de nuestro padre y de nuestra madre: un cariño inmenso, incondicional, tierno, apasionado, que, precisamente por eso, corrige, perdona y anima. Después, más adelante, cuando nos dicen que Dios nos quiere con corazón de padre y de madre, sabemos qué significa eso, porque lo comparamos al amor de nuestros padres y lo elevamos al infinito. Y todo nos cuadra: Dios nos quiere con un cariño inmenso, incondicional, tierno, apasionado, y entendemos que, precisamente por eso, nos corrige, nos perdona y nos anima.

Pero ¿qué sucede cuando los padres no han sabido o querido amar a los hijos de ese modo? ¿Qué sucede cuándo un padre es autoritario, distante, rígido, y corrige con ira, o bien, al contrario, irresponsable, insensato, cobarde para corregir? ¿Qué pasa cuando una madre es controladora, perfeccionista, asfixiante, o bien, al contrario, alocada y negligente? Ese modo de ser implica un modo de amar y de tratar a los hijos. Y los hijos se representan a Dios “a imagen” de sus padres.

No basta con que los padres amen a los hijos. ¡Deben amarlos bien! No es lo mismo. Algunos padres piensan que el amor a sus hijos implica darles todos los caprichos; otros, en cambio, que es mejor no concederles nada; unos, que el amor exige autoritarismo; otros, que el amor consiste en ceder siempre.

Después están nuestros amigos de la infancia, los maestros, profesores, compañeros de estudio, y ellos también influyen, de un modo o de otro, en nuestro modo de entender a Dios. Hay personas que han recibido en sus años de niñez heridas sangrantes, han sufrido injusticias, rechazos, abandonos, humillaciones. Y esas heridas van fraguando una personalidad desconfiada, insegura, llena de miedos, con un sentido exagerado de la culpabilidad, orgullosa. ¿Cómo será la imagen que tienen de Dios? ¿Cómo será la relación que tienen con Él? Conozco a personas que viven con miedo a Dios, desconfían de Él, no son capaces de gozar de su perdón, o lo desprecian de modo arrogante. Esas personas suelen tener heridas más o menos profundas que nadie les ha ayudado a curar.

Los padres, los amigos, los compañeros, los profesores, todos tocamos el corazón de nuestros hijos, amigos o discípulos. Si tratamos ese corazón con amor de verdad, será capaz de amar a Dios y a los demás. Si lo tratamos con un amor equivocado, falso, o con odio, ese corazón no entenderá el amor de Dios y no sabrá confiar en Él.

¿Y qué imagen tienen de Dios los hijos que han sufrido la ruptura entre sus padres? El niño necesita como el aire que respira, no solo el amor de un padre y de una madre, sino el amor de un padre y una madre que se quieren. Los que quieren desterrar a Dios de la vida de los hombres, son los mismos que quieren deshacer las familias.

¿Y qué imagen tienen de Dios los niños que han sufrido abusos de sus padres?

Cuando me encuentro con personas que rechazan a Dios, que parecen odiarlo, pienso que quizá no odian a Dios, sino a la imagen de Dios que los demás, con culpa o sin ella, han esculpido en su corazón.

Dec 06, 202106:13
El amor de Dios por nosotros es fuente de alegría

El amor de Dios por nosotros es fuente de alegría

«La fuente de la alegría cristiana es esta certeza de ser amados por Dios, amados personalmente por nuestro Creador, por Aquel que tiene en sus manos todo el universo y que nos ama a cada uno y a toda la gran familia humana con un amor apasionado y fiel, un amor mayor que nuestras infidelidades y pecados, un amor que perdona. Este amor “es un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo”, como se manifiesta de manera definitiva en el misterio de la cruz: “Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor” (Deus caritas est, n. 10)» (Benedicto XVI, Discurso, 5 de junio 2006).

Dios, el que tiene en sus manos todo el universo, nos ama “personalmente” a cada uno con un amor «apasionado y fiel». Algunos se imaginan el amor de Dios como ese que tienen las personas de corazón frío: nos ayudan cuando se lo pedimos, pero da la impresión de que lo hacen obligadas o porque no les queda más remedio, o por “cumplir” con la ley. No es así el amor de nuestro Padre Dios. Es un amor apasionado. Tiene verdadera locura de amor por mí. Y es un amor fiel, que está siempre ahí, a las duras y a las maduras.

Dios nos ama con «un amor mayor que nuestras infidelidades y pecados», con «un amor que perdona». No cabe el desánimo ni la desconfianza en el hijo de Dios que ha pecado y ha pedido perdón. Al contrario, lo que cabe hacer es alegrarse, porque Dios se alegra cuando nos perdona, como el padre del hijo pródigo. Un padre que no solo perdona a su hijo, sino que lo cubre de besos y le pone un traje nuevo y un anillo y da un gran banquete.

«Este amor “es un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo”», dice Benedicto XVI. Es como si Dios nos dijera: “Abristeis con vuestra injusticia un río profundo entre vosotros y yo, un río que no podéis vadear con ninguna justicia. Pero no os voy a dejar ahí. Os quiero demasiado como para dejaros hundidos en la sima que os habéis cavado. Así que iré yo mismo. Sí, me haré hombre, como uno de vosotros, y seré, por amor a vosotros, el puente por el que podréis vadear el río de la injusticia, los brazos que os acogerán para arrancaros de vuestra miseria, el corazón que os acogerá con infinita ternura”.

Gracias, Señor, porque me amas con pasión y fidelidad. No miras a nadie con indiferencia, con ojos de objetiva neutralidad. Nos miras a cada uno con infinita ternura.

Tus hijos somos irresistibles para Ti.

Nov 29, 202105:18
Confianza en María.

Confianza en María.

«¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?».

Es el cariñoso reproche de la Virgen María a Juan Diego, porque en lugar de ir a encontrarse con Ella, como le había pedido, fue por otro camino a la ciudad de México en busca de un sacerdote que atendiese a su tío moribundo…

Recordemos la historia, y sobre todo las palabras de María, rebosantes de ternura:

«Pero al día siguiente el obispo tampoco le creyó a Juan Diego y le dijo que era necesaria alguna señal maravillosa para creer que era cierto que lo enviaba la misma Señora del Cielo. Y lo despidió. El lunes, Juan Diego no volvió al sitio donde se le aparecía nuestra Señora porque su tío Bernardino se puso muy grave y le rogó que fuera a la capital y le llevara un sacerdote para confesarse. Él dio la vuelta por otro lado del Tepeyac para que no lo detuviera la Señora del Cielo, y así poder llegar más pronto a la capital. Mas Ella le salió al encuentro en el camino por donde iba y le dijo:

Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó… Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia» (Del escrito del indio Nican Mophua).

Cuando tengamos alguna preocupación, podemos pensar que María también nos dirige estas palabras: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?» ¿Por qué te preocupas? Óyeme bien, hijo mío, el más pequeño: soy tu Madre y la Madre de Dios. Si solo fuese tu Madre, te querría mucho, pero no podría ayudarte en todo. Si solo fuese la Madre de Dios, podrías pensar que no me ocupo de ti. Pero, óyeme bien, hijo mío, el más pequeño: soy tu Madre y la Madre de Dios. Por tanto, te quiero y puedo ayudarte en todo. ¿Por qué te preocupas teniendo una Madre como yo?

Nov 08, 202105:04
Los agobios.

Los agobios.

Los problemas nos agobian, y parece que no podemos remediarlo. Agobios por cuestiones económicas o de salud, agobios por conseguir un trabajo o un piso, agobios por aprobar un examen, agobios por llegar a todo cuando no hay manera de llegar, agobios por los hijos, agobios por los padres…

Recuerdo unas palabras del Santo Cura de Ars: 

«Todos los problemas que nos agobian en esta vida es porque no rezamos o rezamos mal». 

Otro gran secreto para ser felices.

Si hablamos los problemas con Dios, dejan de agobiarnos, porque dejan de ser “solo” nuestros. El Señor nos hará descubrir verdades tan sencillas como esta: los problemas que tenemos son sus “encargos”, y Él nos ayuda a solucionarlos. Estamos en la tierra como están los hijos en la casa de su Padre, trabajando para Él, y quien lleva el peso de los problemas es Él. 

Si los problemas nos abruman o nos angustian es porque no los compartimos con Dios. Deberíamos poder decir: “Mis problemas son sobre todo los problemas de mi Padre, que es quien me ha puesto aquí y me ha encomendado una misión. Son de los dos”.

Así, la vida se ve de otra manera, de una manera más real. Y los problemas ya no agobian ni fatigan. Entonces nos damos cuenta de que el yugo de Jesús es suave, y su carga, ligera. 

«Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera» (Mt 11, 28-30).

El secreto es rezar, orar, hablar con Dios, tratar con Él nuestros problemas y preocupaciones, dejar en sus manos todo lo que no depende de nosotros, y confiar absolutamente en Él. 

Pero muchos cristianos se han olvidado de que pueden hablar de tú a Tú con Dios, en cualquier lugar. O no encuentran tiempo para mantener esas conversaciones diarias con su Padre. ¡Hay tantas cosas que hacer! 

Nuestra vida cambiaría radicalmente si cada día dedicásemos aunque solo fuera un cuarto de hora a hablar a solas con Dios y con la Virgen, nuestra Madre. La solución es así de sencilla, y está en nuestras manos, pero no acabamos de creerlo o de ponerlo en práctica. Tal vez pensamos que es una cosa un poco rara: un hombre o una mujer sentados en una silla, a solas, hablando con Dios… 

Sí, es una cosa tan rara como ver a un hijo o a una hija hablando con su padre. 


Nov 01, 202105:53
«No es vuestra lucha, sino la de Dios»

«No es vuestra lucha, sino la de Dios»

«No temáis… No es vuestra lucha, sino la de Dios» (Crónicas 20, 1-24).

En la lucha para realizar la misión que Dios nos ha encomendado, sucede a veces que actuamos como si contásemos únicamente con nuestras propias fuerzas. Y entonces no hacemos más que cosechar derrotas; y, ante las derrotas, nos invade el desánimo.

«Señor, Tú nos preparas la paz. Todas nuestras obras las haces Tú por nosotros» (Is 26, 12).

Es preciso recordar que no somos nosotros los que llevamos sobre nuestros hombros la grave responsabilidad de ganar las batallas. «No temáis… No es vuestra lucha, sino la de Dios».

Matteo Renzi, primer ministro italiano, contaba en una entrevista el consejo que le dio el párroco de su pueblo, que le conocía desde niño: «Mateo: Dios existe y no eres tú: así que relájate» (lo cita mi amigo José Brage, que fue un gran Buceador de Combate antes de ordenarse sacerdote, en su magnífico libro El equilibrio interior).

Cuando actuamos como si la transformación del mundo solo dependiera de nosotros, es bueno que alguien nos diga: “No eres Dios, eres hijo de Dios. Confía en Él, descansa y relájate un poco”.

Es Dios, el Omnipotente, quien lleva el peso de la batalla. Nosotros somos solo (¡y nada menos!) sus colaboradores. Él confía en nosotros y nos concede el privilegio de que le echemos una mano.

Señor, no es mi lucha, sino la tuya. Eres Tú el que quiere cambiar el mundo. Y me pides que te ayude. No permitas que mi egocentrismo me lleve a creer que soy yo el héroe, el protagonista de este drama. Yo estoy contigo, como un niño pequeño, abrazado a tus rodillas, y más que ayudarte te estorbo, pero Tú me dices: “Muy bien, vamos venciendo; lo estás haciendo muy bien, hijo, no tengas miedo. Somos un equipo. Tú para mí y yo para ti”. Y entonces huye el temor de mi pecho, y me doy del todo a mis hermanos.

Oct 25, 202104:46
Dios confía una misión a sus hijos

Dios confía una misión a sus hijos

Dios confía en nosotros y nos encomienda una misión:

ser los brazos de Cristo para prolongar en la tierra la misión que Él vino a realizar;

entregar nuestra vida para colaborar con Cristo en la salvación de todos los hombres;

enseñar, con nuestro ejemplo y nuestra palabra, la verdad que Cristo nos ha revelado;

servir a los demás como Cristo les serviría.

Dios nos confía esta gran misión porque confía en nosotros. Y nosotros, con su gracia, respondemos a su amor y a su confianza cada día.

El encargo de Dios, su confianza en nosotros, nos llena de ilusión. La gran ilusión de nuestra vida, la gran esperanza, la gran aventura, es responder a lo que Dios nos ha confiado: seguir a Cristo y participar de la misión de Cristo.

«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20).

Pero algunos cristianos no son conscientes de que tienen un encargo divino. Son como preciosos veleros siempre amarrados a puerto: están seguros, lejos de las olas, y se mantienen a flote. El barco se mece al ritmo de las olas que mueren contra el muelle, está amarrado con cabos que no le dejan maniobrar; tal vez está limpio, pero no disfruta de arremeter contra las aguas encrespadas y salir airoso, y ver cómo se pierde la costa en la lejanía, y llegar a tierras desconocidas. La vida de algunos cristianos es muy aburrida porque no navegan.

Dios confía en nosotros y nosotros en Él. No debemos tener miedo a navegar, porque el verdadero capitán del barco, el que lleva el timón, es Él. Y también el que da la fuerza al viento para que hinche las velas. El que manda al viento y al mar que se callen, y se callan. Jesús viene con nosotros: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Oct 18, 202104:47
«Dios cree en nosotros más que nosotros mismos»

«Dios cree en nosotros más que nosotros mismos»

Es una de las ideas que nos transmitió el Papa Francisco en julio de 2016, en la Homilía en la Santa Misa para la Jornada Mundial de la Juventud:

«Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los hinchas».

Y porque nos ama más de lo que nosotros nos amamos, nos da siempre la medicina que nos conviene, aunque a veces sea un poco amarga.

Cree más en nosotros que nosotros mismos. Confía en nosotros. Por eso nos encarga la gran misión de seguir en la tierra la misión de Cristo, ayudarle en la salvación de todos los hombres, colaborar con Él en la construcción de un mundo más humano, más justo, más cristiano y más feliz.

Dios está siempre de nuestra parte, dice el Papa Francisco. No está como quien espera una oportunidad para reprobar y condenar, sino como un padre que defiende siempre a su hijo. Y si cometemos una falta, nos corrige y, al mismo tiempo, nos comprende; nos anima a pedirle perdón y nos perdona enseguida. Y si alguien protestase y dijese, como el hijo mayor de aquel padre que perdonó a su hijo pequeño después de haber dilapidado toda su fortuna: “Pero ¿cómo le puedes perdonar?”, mi Padre me defendería y diría que sí, que Él me perdona, que está conmovido, que me va a poner el anillo de hijo, a vestir el traje nuevo de la gracia, y, por si fuera poco, va a matar el ternero cebado y dará una gran fiesta a todos los de la casa.

Y a mí, Señor, tu hijo, al que tantas veces has perdonado, ya se me han acabado las ganas de ofenderte de nuevo, a Ti, que me has recibido entre tus brazos con tanta ternura. Porque tu misericordia, Señor, no me lleva a ofenderte con más facilidad, como podrían pensar algunos servidores sin tacha que, en el fondo, echan en falta un cabrito, sino a amarte más, a volverme loco de amor por Ti.

Oct 11, 202104:46
La “lógica” de los que confían totalmente en Dios

La “lógica” de los que confían totalmente en Dios

Así razonan los santos ante las contradicciones:

«Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor» (Sto. Tomás Moro).

No son bellas palabras escritas debajo de un cerezo en flor. Cuando Tomás Moro escribe esto, como he dicho más arriba, está encerrado en la Torre de Londres, esperando a que lo decapiten por orden del Rey, por ser fiel a la verdad.

«Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre. Dios no hace nada que no sea con este fin» (Sta. Catalina de Siena).

Porque a veces nos da por pensar que Dios permite los sufrimientos porque no nos quiere…

«La caridad de Dios –que nos ama eternamente– está detrás de cada acontecimiento, aunque sea de una manera a veces oculta para nosotros» (S. Josemaría Escrivá).

Ese es el problema, que se nos oculta la caridad de Dios. Solo la vemos con los ojos de la fe, que nos dan la certeza total de que nos ama.

«Quien sabe todo lo que sufres y lo puede impedir, si no lo impide, es evidente que por providencia y cuidado que tiene de ti no lo impide» (S. Juan Crisóstomo).

Es evidente. Pero nos cuesta admitir esa evidencia. De nuevo, tenemos que pedir a Dios que nos aumente la fe en su amor.

«Siendo sumamente bueno, Dios no permitiría de ninguna manera que existiese algún mal en la creación si no fuera hasta tal punto poderoso y bueno que pudiese sacar bien del mismo mal» (S. Agustín).

¿Qué bien va a sacar Dios de este mal, de esta enfermedad que me tiene atado a la cama de un hospital, de una catástrofe o de un atentado terrorista? No lo sabemos. Pero ¿creemos que Dios es sumamente bueno, sabio y poderoso? ¿Creemos de verdad que nos ama infinitamente a cada uno? Con eso nos basta.

Estos razonamientos expresan la lógica de la confianza y el abandono en Dios, una lógica que se apoya en su infinito amor y sabiduría.

Otras personas, en cambio, ante las mismas situaciones, se quejan de Dios y piensan que es injusto. De ahí, esta “queja” divina que el Señor manifestó a santa Catalina de Siena:

«Ellos atribuyen a daño suyo, en ruina y odio, lo que Yo hago por amor y para su bien, a fin de que no vayan a las penas eternas, para ganarlos y darles la vida eterna. ¿Por qué, pues, se quejan de Mí? Porque no esperan en Mí, sino en sí mismos; por eso caen en tinieblas, y no me conocen; de donde aborrecen lo que debían respetar, y como soberbios quieren juzgar mis ocultos juicios, que son todos rectos».

Una vez más, el problema es la soberbia del hombre, que quiere juzgar los juicios de Dios, y, desde su limitada sabiduría y su estrechez de corazón, los considera injustos.

«El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él y no puede conocerlas, porque solo se pueden enjuiciar según el Espíritu. Por el contrario, el hombre espiritual juzga de todo, y a él nadie es capaz de juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para darle lecciones? Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Co 2, 14-16).

Necesitamos tener «el pensamiento de Cristo», es decir, pensar como pensaría Él en nuestro lugar, ver las cosas como las vería Él. El don del Espíritu Santo que nos permite tener «el pensamiento de Cristo» es el don de sabiduría. El hombre verdaderamente sabio ve las cosas como las ve Dios, y le gusta, “saborea”, su cariñosa voluntad.

Aug 30, 202107:09
El miedo al consuelo de Dios

El miedo al consuelo de Dios

Unas palabras del Papa Francisco, el 10 de diciembre de 2013, nos hablan de esperanza, del consuelo de Dios y de su ternura:

«Cuando un cristiano olvida la esperanza, o peor, pierde la esperanza, su vida no tiene sentido. Es como si su vida estuviese delante de un muro: nada. Pero el Señor nos consuela y nos hace de nuevo, con la esperanza, seguir adelante. Y también lo hace con una cercanía especial a cada uno, porque el Señor siempre consuela a su pueblo y nos consuela a cada uno de nosotros. Es bonito cómo el pasaje de hoy termina: “Como un pastor hace pacer a su rebaño, y con su brazo lo reúne, lleva a los corderillos en el pecho, y conduce dulcemente a las ovejas madres”. Esa imagen de llevar a los corderillos al pecho y de llevar dulcemente a las madres: esto es la ternura. El Señor nos consuela con ternura».

Y sigue hablando de la ternura de Dios:

«Dios que es poderoso no tiene miedo de la ternura». «Él se hace ternura, se hace niño, se hace pequeño». A los ojos del Señor, «cada uno de nosotros es muy, muy importante. Y Él se da con ternura». Y así nos hace «ir adelante, dándonos esperanza». Esta «fue la principal tarea de Jesús» en los «40 días entre la Resurrección y la Ascensión: consolar a los discípulos; acercarse y consolarlos».

«Acercarse y dar esperanza, acercarse con ternura. Pero pensemos en la ternura que tuvo con los apóstoles, con la Magdalena, con los de Emaús. Se acercaba con ternura: “Dame de comer”. Con Tomás: “Pon tu dedo aquí”. Siempre es así el Señor. Así es el consuelo del Señor. Que el Señor nos dé a todos nosotros la gracia de no tener miedo del consuelo del Señor, de ser abiertos: pedirlo, buscarlo, porque es un consuelo que nos dará esperanza y nos hará sentir la ternura de Dios Padre».

Entiendo que el Papa diga que pidamos la gracia de no tener miedo al consuelo del Señor, porque realmente cuesta aceptarlo; es más fácil quejarse, rebelarse, decir que Dios no me hace caso, que no me quiere, que solo me envía males. Es lo que escuchamos a veces en las habitaciones de los enfermos graves, en las casas de las personas que han perdido a un ser querido… Cuesta aceptar el consuelo de Dios. Pero hay que confiar totalmente en su amor: solo Él puede llenar nuestro corazón de consuelo, de alegría y esperanza.

Sí, solo en Dios se encuentra el verdadero consuelo, solo Él nos da esperanza para seguir adelante. Por eso, exclama san Pablo en su segunda carta a los de Corinto:

«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros seamos capaces de consolar a los que se encuentran en cualquier tribulación, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque, así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así abunda también nuestra consolación por medio de Cristo» (2Co 1, 3-5).

Señor: Haz que, cuando llegue el sufrimiento, nos atrevamos con valentía a abrirnos a tu consuelo, el único que da esperanza y que nos hace sentir tu ternura de Padre.

Aug 23, 202106:48
No dudar nunca del amor de Dios por nosotros

No dudar nunca del amor de Dios por nosotros

Péguy pone en la boca de Dios estas palabras de protesta paterna ante unos hijos que no acaban de entender el amor de su Padre:

«Hijo mío, ¿crees que me voy a divertir jugándote malas pasadas, como un rey bárbaro?

¿Crees que dedico mi vida a tenderte trampas

y a disfrutar viéndote caer en ellas? (…)

¿Crees que me voy a divertir haciéndote fintas como un espadachín?

Toda la malicia que tengo es la malicia de mi gracia, y la finta y el engaño de mi gracia, que con tanta frecuencia actúa con el pecador para su salvación, para impedirle que peque.

Que seduce al pecador, para salvarlo.

Pero, ¿acaso crees, crees que yo, Dios, me voy a divertir causándote dificultades y portándome como no lo haría un hombre honrado? (…).

¿Crees que me voy a divertir sorprendiéndote como un asesino nocturno?».

El sufrimiento que Dios envía o permite no es un mal, sino una medicina para curarnos de nuestras miserias, un medio para nuestra salvación. Dios tiene en cuenta un dato al que solemos dar, por desgracia, poca importancia: la eternidad. Nosotros estamos acostumbrados a juzgar los acontecimientos como si solo existiese la vida de aquí, y entonces… no los entendemos.

Tenemos que pedir al Espíritu Santo el don de sabiduría, una luz clarísima que nos ayuda a ver las cosas como las ve Dios, con la mente de Cristo. Y nuestras perplejidades se acaban. En lugar de decir: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, diremos: “Gracias, Señor, por enviarme siempre lo que más me conviene”.

«Mirad: aunque no comprenda nada de lo que acontece, yo sonrío y digo: ¡gracias! Aparezco siempre contenta delante de Dios. No hay que dudar de Él: eso es falta de delicadeza. No: imprecaciones contra la Providencia, nunca, sino siempre gratitud» (Santa Teresa del Niño Jesús).

Aug 16, 202104:24
Nuestro sufrimiento le duele más a Él que a nosotros

Nuestro sufrimiento le duele más a Él que a nosotros

«Bienaventurado el hombre al que Dios corrige» (Job 5, 17).

Nos corrige porque nos quiere. Tenemos que reconocer que necesitamos que nos corrija, porque no siempre nos comportamos como debemos. Necesitamos una medicina para nuestras enfermedades espirituales, para el egoísmo y la soberbia. Si Dios no nos quisiera, nos dejaría seguir con nuestra suciedad; aunque nos viera caminar por una senda equivocada, no se preocuparía de nosotros. Pero nos quiere.

«Hijo mío, no rechaces la instrucción del Señor, ni te canses de sus reprensiones, porque el Señor reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado» (Prov 3, 11).

Es preciso que nos convenzamos bien de esta verdad. Es el mismo Dios quien nos revela que cuando permite algo que nos hace sufrir, lo permite para nuestro bien:

«Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio» (Rm 8, 28).

¿Incluso el sufrimiento? Incluso el sufrimiento, el dolor y la contrariedad. Este es el gran privilegio de los hijos de Dios: desde que Cristo padeció y murió en la Cruz, y resucitó, los cristianos sabemos que hasta el sufrimiento puede ser un bien, porque sirve para ofrecerlo a Dios –ofrenda de amor– por uno mismo y por el mundo entero.

¡Claro que Dios tiene corazón! Y por eso le duele más a Él que a nosotros. Lo mismo que les pasa a todos los padres y madres que corrigen a sus hijos. Pero lo hacen, aunque les duela, porque quieren a sus hijos.

¿No habéis visto nunca el gesto de sufrimiento de una madre cuando ve a su hijo herido? ¿O cuando ve que el médico que está curando a su hijo tiene que poner algún remedio doloroso? Pues Dios tiene un corazón más grande que el de todas las madres. Sufre con el sufrimiento que nos envía, porque le duele ver sufrir a sus hijos. Pero sabe que es necesario para su salud espiritual.

Con nuestra inteligencia tan pequeña no alcanzamos a comprender qué bien va a sacar el Señor de esta contrariedad o de aquella situación que tanto nos duele. Pero Él es sabio: es la Sabiduría. Y nos quiere: es el Amor.

Por eso podemos estar seguros, absolutamente seguros, de que, si eso no fuera bueno para nosotros, no lo permitiría.

Aug 09, 202104:50