En los pasados episodios hablamos acerca de los diferentes tipos de ofrendas establecidas por la Ley de Moisés para el pueblo de Israel. Hasta ahora describimos el holocausto, la ofrenda de cereal o de granos y los sacrificios de paz. Vimos como cada ofrenda representa una arista o esfera distinta del sacrificio de Cristo: la expiación, la consagración y la reconciliación a través de su sangre.
En el estudio de hoy hablaremos sobre las ofrendas por el pecado o por la culpa que se encuentran descritas en Levítico 4 y 7.1-10. Comencemos leyendo en el capítulo 3:
“Habló Jehová a Moisés, diciendo:
2 Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos de Jehová sobre cosas que no se han de hacer, e hiciere alguna de ellas…”
La frase “pecare por yerro”, que en otras versiones se ha traducido como ‘pecare involuntariamente o inadvertidamente’, se repite varias veces a lo largo de este pasaje y está estrechamente ligada con la naturaleza del término pecado, que en Hebreo significa errar al blanco, fracasar, o extraviarse. Los pecados a los que se hace referencia en este capítulo no son el resultado de un acto voluntario de rebelión abierta contra Dios, sino de la ignorancia, las debilidades y fracasos comunes a la naturaleza humana. La Ley de Moisés distinguía cuidadosamente entre el pecado que se comete en error y el pecado deliberado, es decir, que se practica con soberbia, premeditación y uso de la voluntad.
Cuando una persona no ha conocido a Cristo, ella o él es considerado en un estado de ignorancia espiritual. El apóstol Pablo le escribe a Timoteo acerca de los pecados de su vida pasada:
1 Timoteo 1.12-13 NVI
12 Doy gracias al que me fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al ponerme a su servicio. 13 Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia.
Sin embargo, una vez que venimos a Cristo, entramos en un proceso de santificación; a medida que crecemos en el evangelio, ya no estamos más en ignorancia con respecto a la revelación de Dios. Es cierto que nunca vamos a desligarnos de la naturaleza pecaminosa mientras estamos en este cuerpo mortal; pero si realmente somos de él, hemos recibido una nueva naturaleza espiritual y no practicaremos el pecado de forma deliberada. Leamos Colosenses 3.5-10:
5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;
6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia,
7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.