Orden de trasladoOct 12, 2022
El pino (Beatriz Vignoli, por Federico Naguil)
Apagué los motores
y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?
Me recuerdo leyendo neones
a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?
Sacudo la cabeza como un pino. La nieve
no se va.
El camino del muñeco de nieve (Choi Seung-Ho, por Priscilla Valone)
Que el muñeco de hielo se derrita
significa que el muñeco de hielo se quema,
que se queme
significa que el muñeco de hielo se está volviendo ceniza.
La ceniza es agua
blanca ceniza
la ceniza que no puede volverse más blanca, es agua.
En el arroyo fluye ceniza blanca
el muñeco de nieve retumba tambor acuario
fluye por el río, el mar y la Vía Láctea.
Que fluya
significa que regresa
y el que regrese significa que en ningún lugar
puede permanecer por mucho tiempo.
Retratos de Kolima (Varlam Shalamov, por Malala Lekander)
Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino,
lleno de hoyos por los cuales es más difícil avanzar que por la nieve virgen.
El trabajo más duro es para el primero, y cuando a éste se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza.
De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el más pequeño, el más débil, debe pisar un pedazo del manto nevado, y no alguna otra huella.
Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino los lectores.
(Fragmento)
La señal (Anahí Lazzaroni, por María Laura Ise)
Ahora que estás ahí
el mundo dejó de ser una batalla.
Es como si a través de la palabra escrita,
me enseñaras que el sosiego puede ser hallado.
Escribimos sobre el paisaje de la ciudad.
Escribimos sobre este invierno
y las ramas de los árboles
y el viento que las mueve.
Pero vos lo sabés, en el fondo
siempre estamos escribiendo de otra cosa.
La palabra nieve es una buena contraseña.
Al detenerse junto al bosque una noche que nieva (Robert Frost, por Paula Zucchello)
Creo que sé de quién es este bosque.
Pero, como su casa está en el pueblo,
no va a advertir que me detengo acá
a ver cómo en su bosque cae la nieve.
Mi caballito ha de pensar que es raro
hacer un alto en medio de la nada,
entre el bosque y el lago que se heló,
la noche más oscura de este año.
Sacude los cencerros del arnés,
preguntando si no hay algún error.
Fuera de eso, únicamente se oye
el viento suave y la mullida nieve.
Qué hermoso el bosque, oscuro y bien tupido,
pero quedan promesas por cumplir
y kilómetros antes de dormir,
y kilómetros antes de dormir.
Un don (Denise Levertov, por Mariana Vega)
Cuando sentís que sos
apenas una frágil telaraña
de preguntas, recibís
las preguntas de los otros
para que las sostengas en el hueco
entre las manos juntas, los huevos de algún pájaro
cantor que todavía son capaces
de romper el cascarón si les das calorcito,
mariposas que se abren y se cierran
en el cuenco de las manos, confiando
en que no vas a dañar su pelaje
centelleante, su polvo.
Recibís las preguntas de los otros
como si fueran las respuestas
a todo aquello que te preguntabas. A lo mejor
el don sea tu respuesta.
Anoche tuve un sueño (Cristina Peri Rossi, por Magdalena Wagner Manslau)
Anoche soñé que hacia el amor con mi madre
Mi madre estaba desnuda y era muy guapa.
No se lo contaré al psicoanalista,
me dirá que esa no era mi madre
a pesar de tener su apariencia.
A los psicoanalistas les gusta mucho
que las cosas no sean lo que son.
Les pagan para eso.
Pregunté sobre eso a toda clase de personas
–hombres y mujeres-
y todos me decían
que no soñarían con eso
de ninguna de las maneras.
Hasta que me di cuenta de que no tenían
madres guapas.
Tao Te King, IV (Lao-Tse, por Tomás Rosner)
Como un hueco, el camino
se usa y no se agota.
Por su profundidad, parece ser
el origen de todo lo que existe.
Desafila su filo,
suelta sus ataduras,
atenúa su brillo
y se hace uno con su propio polvo.
Es tan hondo que ahí se queda, quieto.
No se sabe de quién pueda ser hijo.
Parece que antecede hasta al origen.
Libro de los divanes (Tamara Kamenszain, por Lila Siegrist)
Esto no se lo conté nunca a ninguno de mis analistas:
en el colegio primario judío veíamos todos los años
la misma película de los campos de concentración nazi
esa donde unos cadáveres vivos cavan la fosa
después tiran adentro los huesitos de sus muertos
y después todavía son obligados
a empujarse a sí mismos suicidados
por otros
que los fusilan para que de tan
livianitos caigan
sin comerla ni beberla.
No sé pero todavía hoy
cuando un taxista dice
algo sobre los judíos me callo
no vaya a ser que por el espejo retrovisor descubra
que yo también estoy al borde de esa fosa.
Por eso no opino
por eso me escondo
detrás de la primera persona.
Matrimonio (Sarah Diano, por Florencia Inés López)
a Tyrone
Ya no tendremos más el agotarse
en el cuerpo del otro, ni los días
que en un instante eterno se prolongan:
el tiempo, desde ahora, será un túnel
por donde sólo quedará avanzar
aunque apenas veamos los obstáculos;
y el cuerpo, una parcela cultivada
donde comer cuando tengamos hambre.
Estos anillos que nos damos valen
no por lo material de la aleación,
testimonio de un pacto o de una alianza
que advierte que no todo es ya posible,
sino por el vacío que en el centro
nos recuerda la falta que teníamos
y nos previene de intentar llenarla
el uno con el otro, el uno al otro.
El amor después del amor (Derek Walcott, por María Laura Guisen)
Va a llegar el momento
en que, lleno de alegría,
te vas a saludar a vos mismo
al llegar a tu propia puerta, frente a
tu propio espejo,
y uno va a sonreírle al otro que le da
la bienvenida
y le va a decir: Vení. Sentate
a comer.
Vas a querer de nuevo a ese desconocido que eras vos.
Servile vino. Dale pan. Devolvele tu corazón
a tu corazón, al desconocido que te quiso
toda la vida, al que ignoraste
confundiéndolo con otro, que te
conoce de memoria.
Bajá las cartas de amor de la biblioteca,
las fotos, las notas desesperadas,
arrancate tu imagen del espejo.
Sentate. Hacete un festín
con tu vida.
Preguntitas sobre Dios (Atahualpa Yupanqui y Nenette Pepin Fitzpatrick, por Manu Wainziger)
Un día yo pregunté
Abuelo, ¿dónde está Dios?
Mi abuelo se puso triste
Y nada me respondió
Mi abuelo murió en los campos
Sin rezo ni confesión
Y lo enterraron los indios
Flauta de caña y tambor
Al tiempo yo pregunté
Padre, ¿qué sabes de Dios?
Mi padre se puso serio
Y nada me respondió
Mi padre murió en la mina
Sin doctor ni protección
¡Color de sangre minera
Tiene el oro del patrón!
Mi hermano vive en los montes
Y no conoce una flor
Sudor, malaria y serpientes
La vida del leñador
Y que naide le pregunte
Si sabe dónde está Dios
Por su casa no ha pasado
Tan importante señor
Yo canto por los caminos
Y cuando estoy en prisión
Oigo las voces del pueblo
Que canta mejor que yo
Hay un asunto en la tierra
Más importante que Dios
Y es que naide escupa sangre
Pa' que otro viva mejor
¿Que Dios vela por los pobres?
Tal vez sí, y tal vez no
Pero es seguro que almuerza
En la mesa del patrón
El alazán (Atahualpa Yupanqui y Nenette Pepin Fitzpatrick, por Geraldine Ruiz)
Era una cinta de fuego
Galopando, galopando
Crin revuelta en llamaradas
Mi alazán, te estoy nombrando.
Trepo la sierra con luna
Cruzo los valles nevando
Cien caminos anduvimos
Mi alazán, te estoy nombrando.
Oscuro lazo de niebla
Te pialo junto al barranco,
¿Cómo fue que no lo viste?
¿Qué estrella estabas buscando?
En el fondo del abismo
Ni una voz para nombrarlo,
Solito se fue muriendo
Mi caballo, mi caballo.
En una horqueta del tala
Hay un morral solitario.
Hay un corral sin relinchos
Mi alazán, te estoy nombrando.
Si como dicen algunos
Hay cielos pa'l buen caballo,
Por ahí andará mi flete
Galopando, galopando.
Oscuro lazo de niebla
Te pialo junto al barranco,
¿Cómo fue que no lo viste?
¿Qué estrella estabas buscando?
En el fondo del abismo
Ni una voz para nombrarlo
Solito se fue muriendo
Mi caballo, mi caballo.
Quiero ser luz (Atahualpa Yupanqui y Nenette Pepin Fitzpatrick, por Julieta Henrique)
Se me esta haciendo la noche
En la mitad de la tarde.
No quiero volverme sombra,
Quiero ser luz y quedarme.
Me fui quemando en la noche
Siguiendo la misma senda
Siempre atrás de una guitarra
Apagué la última estrella.
No sé qué dicha busqué.
Ay, qué quimera...
Qué zamba me quitó el sueño.
Qué noche mi primavera.
No quiero volverme sombra,
Quiero ser luz y quedarme.
Hoy que me pongo a pensar
Solo converso en silencio
Me miran los ojos de antes
Viejos de ausencia y de tiempo.
La misma mirada siempre,
De aquellos ojos tan lejos
Por fin me duermo en la noche
Que alumbra el lucero viejo.
No sé que dicha busqué.
Ay, qué quimera...
Qué zamba me quitó el sueño.
Qué noche mi primavera.
No quiero volverme sombra,
Quiero ser luz y quedarme.
Guitarra, dímelo tú (Atahualpa Yupanqui y Nenette Pepin Fitzpatrick, por Yanina Azucena)
Si yo le pregunto al mundo
El mundo me ha de engañar
Cada cual cree que no cambia
Y que cambian los demás
Y paso las madrugadas
Buscando un rayo de luz
Por qué la noche es tan larga
Guitarra, dímelo tú
Se vuelve cruda mentira
Lo que ayer fue tierna verdad
Y hasta la tierra fecunda
Se convierte en arenal
Y paso las madrugadas
Buscando un rayo de luz
Por qué la noche es tan larga
Guitarra, dímelo tú
Los hombres son dioses muertos
De un tiempo ya derrumbao
Ni sus sueños se salvaron
Sólo la sombra ha quedao
Y yo le pregunto al mundo
Y el mundo me ha de engañar
Cada cual cree que no cambia
Y que cambian los demás
Y paso las madrugadas
Buscando un rayo de luz
Por qué la noche es tan larga
Guitarra, dímelo tú
El poeta (Atahualpa Yupanqui y Nenette Pepin Fitzpatrick, por Julián Berenguel)
Tú crees que eres distinto
Porque te dicen poeta
Y tienes un mundo aparte
Más allá de las estrellas
De tanto mirar la luna
Ya nada sabes mirar
Eres como un pobre ciego
Que no sabe a dónde va
Vete a mirar los mineros
Los hombres en el trigal
Y cántale a los que luchan
Por un pedazo de pan
Poeta de tiernas rimas
Vete a vivir a la selva
Y aprenderás muchas cosas
Del hachero y sus miserias
Vive junto con el pueblo
No lo mires desde afuera
Que lo primero es ser hombre
Y lo segundo, poeta
La mano de mi rumor (Atahualpa Yupanqui y Nenette Pepin Fitzpatrick, por Matías Méndez)
No puede ser que me vaya del todo cuando me muera
Que no quede ni la espera detrás de la voz que calla
No puede ser que solo haya ciclos de sombra y olvido
en este amor desmedido que se me hiergue en el pecho
si hasta en el trino deshecho se salva el duelo del nido
Pongo mi infancia en canciones y siento que se ilumina
una siesta golondrina toda duraznos pintones
Celebro las estaciones, lloro su fugacidad
y al anegar la piedad la mortaja de su gloria
me crecen en la memoria remansos de eternidad
Cuando no esté, cuando el leve sobresalto que me ordena
se trueque en tiempo de arena conmemorado en la nieve
Cuando en mis venas abreve la liturgia de la flor
tal vez algún labrador cansado de madrugadas
sienta en sus manos aradas la mano de mi rumor.
El deseo de la niña (Duško Radović, por Lana Hadžiosmanović)
Florecieron en el jardín de Tito
flores rojas, blancas y amarillas.
Un pájaro empezó a cantar
en la rama frente a su ventana.
Me gustaría ser un pájaro,
un pajarito o una violeta.
Cuando Tito se canse del trabajo,
que le dé palabras mi canto;
cuando vea este racimo colorido
que le deje el corazón calenTito.
(Traducción: Lana Hadžiosmanović y Alina Mateos Horrisberger)
Stećak (Mak Dizdar, por Nisa Omerović e ignacio joaquin m)
Es piedra
pero también palabra,
es tierra
pero también cielo,
es materia
pero también alma,
es grito
pero también canto,
es muerte
pero también vida,
es pasado
pero también futuro.
(Traducción: Alina Mateos Horrisberger)
Un western del este (Vitomir Nikolić, por Dragan Petrović y Celia Jiménez)
La poesía siempre a mano debe estar
Como un revolver en el cinturón
Así, cuando te canses, basta sacar
Y disparar al centro del malón
Apunta al corazón, ojos y frente
Sin perdonar a nadie la vida
Así cuando acabes, suave, detente
Y ve tranquilo a por una birra
(Traducción: Celia Jiménez)
Vidente de cenizas (Aco Šopov, por Viki Ivanovska y Pablo Arraigada)
Consúmete poema en el fuego por ti encendido.
La palabra estalla en el sílex y se disipa en cenizas.
Vidente, ¿has reconocido en las cenizas el drama original
que remonta desde el fondo de esta fuente sombría?
Poema, te arranqué del pico del pájaro que vuela en mi sangre,
el cielo rutilante de mis venas en fuego
bajel entre dos mundos irreconciliables,
auroras y lunaciones que han conservado su misterio.
Te arranqué a la furia de los iconos, esas escalas ocultas,
al rayo de la lanza del guerrero unido a la piedra,
al sueño de aquellos que están por encima de artificios y quimeras,
y, justo al lado, a penas muertos, renacen otra vez.
Ahora estamos dos mundos, dos diablos, dos enemigos en guerra,
estamos en guerra sin salida, puñal contra puñal.
¿Quién es el vencido? ¿Quién el victorioso? ¿A quién el alba de heridas insensatas?
Consúmete poema en el fuego por ti encendido.
(Traducción: Luis Futoransky)
La deuda (Svetlana Makarović, por Julia Sarachu)
La piedra gris, la piedra en la montaña,
agua blanca del glaciar,
una afilada brisa peina
las flores delicadas de narciso.
Le doy a la montaña tres nombres
El primer nombre padre montaña,
seco, gris y arenoso,
rostro gris, que desvía la mirada,
a vos, padre, nada te debo,
sólo el sendero que se aparta.
Otro nombre madre montaña,
frío, blanco y acuoso,
rostro blanco, que mira en mí,
a vos, madre, nada te debo,
sólo el sendero interior.
El tercer nombre vecino montaña,
silencioso, negro y fogoso,
rostro extraño, que mira a través de mí,
donde estaba el camino,
bulle y se levanta la niebla.
A los nidos destruidos de los pájaros
los alumbró un nuevo día.
Hacia los tres vientos la mañana peina
las flores delicadas de narciso,
vecino, la deuda está saldada.
Che, menos ruido (Konstantin Pavlov, por Eugenio López Arriazu)
¡Che, menos ruido!
—le dije enojado
a la cascada de Boiana—
¡Qué te hacés la esencia,
qué te hacés el profeta!
Chiquita, lamentable cascadita –
cae, larga espuma
y se acalambra
como un histérico epiléptico;
juntando fuerzas,
como para romper
mis dos botellas de vodka,
que en la naturaleza yo quería... ay…
Tierna puesta de sol acaricia las cimas.
Vital (y moribundo) va cediendo:
el eco de vejetes sapucayeros,
la risita erótica de abuelas presumidas…
Y el sollozo de un alma…
Saqueada.
(Traducción de Eugenio López Arriazu)
Cómo llegar a ti mismo (Jeton Kelmendi, por Pablo Lara Rollof)
Atravesando países
cruzando campos, montañas y mares
todo lo que hay
en el mundo
como un viajero acompañado
por la noche y el día, nuestros amigos,
pasé los minutos de mi vida
hasta encontrarte
Hey
Qué estás haciendo aquí
Cada vez que entro
a mí mismo
te encuentro
en cada encrucijada
en tus signos
en mi propia
luz verde
Tus ojos brillan en el cielo
Mi viaje
fue muy largo
a través de caminos
que solo yo puedo transitar
Los crucé con rapidez
mientras me orientaba
con tus signos
Hey
Hombre extraño
qué hora es
qué fecha es hoy
sabes el mes
el año
Es un buen año
Cuando pasé la ruta
llamada Egnatia
dos damas
estaban esperándome sentadas en la hierba
Una se presentó
como el sol
la otra como la luna
Cuando me acerqué
otra vez, tú eras
la primera dama
la segunda
era el amor
la luz de la eternidad
Hablamos durante largas horas
de las cosas que importan
y nada de tonterías
Cómo vaciamos
arroyos de palabras
Hasta que pensé
que éste era seguramente
un mundo mágico
Y partí para retornar otra vez
a mí mismo
Guiándome a través de esos signos
justo a medio camino
del regreso
me invitó un hada de montaña
A medida que nos acercábamos
uno al otro
mi temor crecía
Le rogué
que me ignorase
Solo soy un caminante
y estoy volviendo a mí mismo
Con suavidad
me bendijo desde la tierra
y el cielo
Incluso me pareció una voz familiar
Hey, milagro
aún aquí emergiste ante mí
Se hace tarde
Seguiré mi viaje
Es posible que llegue mañana
Quién
pudo llegar tan lejos
le pregunté al poeta que apareció
mientras intentaba mirar
lo que no veía
Y con la suavidad de la mañana
llegué
a la puerta del espíritu
Dos rayos me esperaban
Hey, hombre
Nos encontramos otra vez
tú y yo y mi princesa
Ahora debo aceptar
que estás dentro de mí
Ambos somos yo
Tanto viaje
para llegar a ti mismo
(Traducción de Ricardo Rubio)
Tengo reglas nuevas (Dua Lipa, por Clari Mateos, acompañada por Alina Mateos Horrisberger)
Tengo reglas nuevas
Uno: no atiendas la llamada
Sabés que está solo y de parranda
Dos: no lo dejes entrar
que después cómo lo vas a sacar
Tres: no seas su amiga
Sabés esa historia donde termina
Mirá que si volvés a su cama
después no hay quién te quite las ganas
Traducción y piano: Alina Mateos Horrisberger
Mu (Marko Tomaš, por el autor y Dora Sesar)
Nuestras soledades han tenido días mejores.
Han caminado por otras calles.
Nuestras sombras se han tambaleado por las plazas de las metrópolis europeas,
pero en ninguna hay una soledad así, tan familiar, cálida e íntima,
una soledad de la que se muere,
solo existe en las calles de nuestra ciudad perdida.
No te he querido ni te voy a querer así en ningún otro lugar.
En las ciudades extranjeras también somos extranjeros,
no están los olores conocidos que nutren la soledad
y el miedo de envejecer.
No hay otro lugar donde envejezcan las caras conocidas
y no tenemos allí a quién decir adiós.
Solo con nuestra ciudad tenemos una estricta relación paterna
porque no hay otro lugar donde hayamos sido jóvenes,
en cualquier otro lugar podemos seguir siéndolo.
No hay otro lugar donde nuestros miedos se hayan abrazado con tanta fuerza
como entre los que nos conocen desde siempre.
No hay otro lugar donde nos hayamos tenido que esconder como entre las puertas de los edificios que abrimos desde la infancia.
No hay otro lugar donde nuestros reencuentros sean párrafos de la historia de la ciudad,
de cualquier ciudad nos podemos marchar
pero solo a una no podemos volver nunca
y solo allí no nos podemos soltar el uno al otro.
No hay un amor así, repito,
no hay otro lugar donde se pueda querer así
como en nuestra ciudad
porque no hay otro lugar donde estemos tan solos
como entre los nuestros.
(Traducción de Dora Sesar)
Vienen por nosotros (Selma Asotić, en voces de la autora y Marija Ivanović)
los estudiantes de doctorado occidentales, desde la oficina de una ONG nos ofrecen veinte dólares por nuestro consentimiento informado. Están en nuestro país de complejas relaciones étnicas, para investigar los mecanismos de violencia. Sin ellos, ni sabríamos que el asesinato era endémico a nuestras manos, que brota de ellas como la risa estruendosa del pasado. Nick de Connecticut está aquí para aclarar las cosas. Donde sea que se inicia una guerra, allí mandan a Nick de Connecticut, doctorando en estudios de paz, para propagar el sentido común y hacer la pregunta justa: por qué, en vez de por qué no. Cuanto más hacemos la guerra, más necesitamos a Nick de Connecticut, un par de genocidios más y le dan el título. Ah, ¡Nick de Connecticut! Te ayudaremos, seremos tuyos, solo tuyos, tus informantes locales particulares, convenientemente anónimos, listos para hablar a tu señal. Y entonces hablamos, oh Nick de Connecticut, y tú te lo tomas todo a pecho. Tu indignación es la indignación de todos aquellos cuyo país jamás haría algo así, jamás. Tu compasión es espesa, te gotea de la cara, se arrastra por el suelo, se nos sube por los pies. Nos deja en la piel un rastro caliente y pegadizo. Cómo limpiarnos tu ni me lo puedo imaginar, cuánto lo siento. Tú también eres el hijo querido de alguien, tu nombre tan lindo en Times New Roman, tu mamá con su amiga al teléfono me alegra mucho que haya podido tener esa experiencia. Oh, ¡Nick de Connecticut! La superficie de mármol en tu cocina, el peinado despreocupado de tu madre, eso es lo que anhelamos. La tierna inconsciencia del filo del carnicero, que no conoce lo que mata. Digamos lo que digamos, tú y el dorado trigo de tu pelo nunca sabrán lo rápido que avanzan las sombras cuando intentas escapar de ellas. En los agradecimientos mencionas la valentía de los sobrevivientes cuyas historias testifican la necesidad de la justicia restaurativa y de la reconciliación transversal en los espacios subliminales de las zonas de postconflicto. Después de ti, quedamos un largo rato echados de espaldas, con los ojos abiertos, tratando de recordar nuestro nombre. Nos corre baba por el mentón. Porque te imaginamos atado en la silla, tus notas quemadas, tu cuello en nuestras manos, dulce y querido Nick de Connecticut.
(Traducción de Marija Ivanović y Alina Mateos Horrisberger)
No lees a las mujeres (Olja Savičević Ivančević, por Igor Stipić y Dejan Marinović)
Dices que no lees a las mujeres
¿Qué podrían decirte?
Te enseñaron a hablar
Te enseñaron a caminar
Te enseñaron a comer
Te enseñaron a mear
Te enseñaron a hacer el amor
Si somos sinceros, ¿qué podrían saber ellas
de ti y tu experiencia?
Tantos siglos no dieron a luz
A ninguna que fuera grande
Como el gran escritor
al que le lavó los calcetines
Dices que no lees a las mujeres
Las mujeres te enseñaron a leer
Te enseñaron a escribir
Te enseñaron a vivir
Si somos sinceros
Ese fue
En el mejor de los casos
Un esfuerzo inútil
(Traducción de Igor Stipić)
Querido Omar (Selma Selman, por Viviana Malagrida)
Sí, hace casi dos años que estoy acá. Estuve perdida pero me encontré. Descubrí las razones, no las respuestas, de por qué nací y por qué la gente es egoísta. Por qué, en medio de millones de almas, igual estaremos solos. Por qué hay personas a quienes les gusta usar a otras, por qué un hombre hiere a una mujer, por qué una mujer es silenciada, por qué nunca me respetarán en la ciudad donde nací, por qué la gente me quiere, por qué los quiero yo, por qué no tengo amigos leales, por qué me alegra haber nacido, por qué nos encanta el dinero, por qué vivimos en el colapso, por qué estaremos bien, por qué sobreviviremos, por qué vivimos en el desastre, por qué hay esperanza. Mi querido Omar, esto es lo que pienso; quizá me equivoque.
La ciudad de mis amigues (Bogdan Bogdanović, por Marko Barišić y Camila Dagnino)
Una noche decidí subir al sitio de construcción. A lo lejos se escuchaba un canto, una armonía de voces, un coro sin palabras. Paso a paso, me acerqué. Observé desde un costado, desde la oscuridad: había lámparas de acetileno, o incluso lámparas del siglo pasado, una luz cáustica y sombras aún más cáusticas. En esta luz, ocurría algo misterioso, secreto. [El guía, a quien llaman] Barba, canoso y con el pelo erizado en todas direcciones, dirige la ceremonia como un mago, como el espíritu de la piedra. De pronto, levanta el mazo y el cincel; todos los escultores hacen lo mismo y guardan un devoto silencio, que se apodera del lugar y revela las voces de la noche: los grillos, el silbido de las aves nocturnas, el murmullo distante del río Neretva. Uno de los albañiles, claramente designado para este propósito, vuelve a iniciar la melodía sin palabras, nasal y misteriosa, como un ritual de los adoradores de la piedra. Barba sigue el ritmo con el mazo, golpea el bloque frente a sí, se une al unísono. La melodía claramente define el ritmo y la fuerza del golpe. Cuando empieza a elevarse (ya todas las piedras cantan), el sonido de los golpes es ensordecedor. Cuando el canto vuelve a “descender”, los golpes se hacen menos intensos.
Cada piedra sonaba como un instrumento musical. Yo sabía, de modo predecible, que los distintos tipos de piedra tendrían una resonancia diferente: cuánto más suave es la piedra, más grave es el tono. Es una paradoja y también un poco cómico que el granito más sólido silba, el mármol canta en un mezzosoprano y la caliza, la piedra más musical, suena en un tenor bello y aterciopelado. Los escultores saben eso y perciben mucho más. “Cada una tiene su canción”, dice uno de ellos, con la convicción de que cada pieza es un ser en sí misma. Pero cuando empieza el repiqueteo colectivo, el ritmo abarca a todos los “instrumentos de piedra” y, súbitamente, a cada movimiento de manos y cada postura corporal, de modo que toda la orquesta funciona como un inmenso metrónomo y se mueve al mismo tiempo. Cuando el toque de las herramientas empieza a “decaer” —señal de que la concentración empieza a fallar— Barba, el espíritu de la piedra, insatisfecho, alza su mazo con firmeza y lo mantiene en alto. Es una señal de que el trabajo se pausará momentáneamente y que los golpes deben volver a armonizarse desde el principio. Todos esperan a que cante la primera voz y suene el primer golpe de Barba…
El hecho de que fuera una armonía sin palabras me hizo pensar en que la versión antigua, protohistórica, venía de una época en que los habitantes de la isla y del continente hablaban otro idioma, uno olvidado, preeslavo. Las civilizaciones cambiaron, los idiomas se fusionaron, pero las personas siguieron iguales…
“¿Por qué la canción no tiene palabras?”, pregunté una vez. La respuesta fue sencilla y convincente: “No las tiene, nunca las tuvo”, o “Así también lo cantaban antes”.
(Traducción de Alina Mateos Horrisberger)
Marzo (Miroslav Mika Antić, por Marijana Barišić)
Mart
Kad mi dođe da idem,
mnogo moram da idem.
Nije važno kuda ću.
Nije važno dokle ću.
Došlo mi je da idem
i ja idem kao lud
– unutra u mene.
Marzo
Cuando llegue el momento de irme
de verdad tengo que irme.
No importa hacia dónde.
No importa hasta dónde.
Llegó el momento de irme
y me voy como loca
– hacia adentro.
(Traducción de Alina Mateos Horrisberger)
La paz de la luna (Samra Međedović, por Marija Raspudić)
¿Todos me dejaron, como tú, mi hermosa luz de luna?
Mientras nieva te llamo, te busco, dejo mis pies atrás
Dónde estás, dónde estás mi brillante luz de luna
Revélate, revélate, te pido, una vez más
Dame el calor que una vez tuviste para mí
No me digas que me llamaste, y yo no respondí
Dónde estás, dónde estás, dónde puedo ir
Déjame, déjame, otra vez te quiero sentir
Dónde encontrar el amor que me puede calmar
En otro lugar, tal amor, no se puede encontrar
Dame tu luz, dame tu luz, a ti te quiero sentir
Déjame, déjame, otra vez te quiero sentir
Traducción y adaptación de Marija Raspudić y Celia Jiménez
Historia apócrifa del descubrimiento de las migraciones o el sacrificio de las Pfeilstörche (Alba Cid, por la autora y Paola Barrientos)
yo, que llevo garzas simétricamente opuestas sobre el pecho,
juré ante los cinco emperadores que el equilibrio no existía, que si las garzas sostenían
los ríos de toda la porcelana china era
sólo por un mecanismo de cierre en la articulación.
me premiaron por arriesgarlo todo en mi defensa.
unos años después te escribí. decía:
Rostock, seis de julio,
qué atroz interrumpirte; mirá,
necesito que entiendas la utilidad de cierto tipo de heridas.
estoy terminando un ensayo sobre las explicaciones premodernas de la migración de las aves,
y las especies que, desde Aristóteles, se creía que viajaban a la luna
o que se hacían a la mar y rara vez volvían.
estudié incluso un folleto de 1703,
que defiende la comunión de las golondrinas,
su reunión en pantanos
y la coreografía que respetan para posarse en los juncos
hasta hundirlos.
pasan el invierno bajo el agua, en la calma hipnótica del lodazal,
y por eso emergen tan klein mojado en primavera.
pero en 1822 (adjunté con cuidado la fotografía),
una flecha atraviesa el pescuezo de una cigüeña en África central
y el ave emprende el vuelo cargada con el arma y con la herida.
cuando llega a Alemania, alguien identifica el origen del proyectil
y confirma, así, una hipótesis científica.
de poco más me acuerdo de la carta, salvo:
el dolor y la luz se distribuyen en partes iguales,
y al final, la levedad existe porque existe el exceso.
Siendo temporada de migraciones (concluía),
dejá que me saltee la fórmula de despedida,
Atlántico de por medio,
ondean con las corrientes todas las anémonas.
Poema en vez de una carta (Weldon Kees, por Federico Lardies)
Aferrado a la nada en un revuelo de hojas,
aquí en esta ciudad en ruinas, llena de humo,
pienso en vos, en la otra punta del continente,
probando tu sonrisa que maduró en catástrofe,
maravillosamente lista para la muerte ahora.
La raída promesa de nuestra herencia es hábito
ahora; ese otro año se convirtió en invierno
mientras que contemplábamos los fragmentos de un mundo
cayéndose a pedazos igual que un ramo ajado;
nos faltaba el olor, si bien supimos darle
un nombre a aquella época. Ahora conocemos
ese olor, me parece, hasta donde es posible.
E incluso mientras subo los peldaños, deseándote
suerte, llena los porches y las calles, y un viento
fétido sopla por tu habitación desierta.
No se puede saber qué vientos aun más fétidos
podrían soplar. El de esta noche sopla en la mente
y es falsa cada sílaba, y está marchita. Adiós,
adiós. A los extraños, a una calle vacía.
Un telegrama (Hermanos Alfredo y Gregorio García Segura, por Geraldine A. Ruiz)
Antes de que tus labios me
confirmaran que me querías,
ya lo sabía, ya lo sabía;
porque con la mirada tú me mandaste
un telegrama...
...que lo decía, lo decía:
el destino es: corazón,
domicilio: cerquita del cielo,
evidentes tus ojos son,
y el texto: yo te quiero, te quiero.
Laira raíra raraira…
Me lo decía lo decía,
Ay, ya lo sé
y también
te querré.
Al leer una vieja carta de ella en la que habla sobre un casamiento (Craig Raine, por Carmela Pérez Morales)
En el sobre, la mueca del sellado
desfigura la cara conocida.
Adentro, sólo un día que no estuve:
un chupón en el cuello de la novia
que su vestido no tapaba bien,
“como la marca que un violín dejó”:
Las tres damas de honor que, ante un espejo,
abrían sus hebillas con los dientes.
El pelito con gel que tenía el novio,
el juego de palabras del padrino
para ponerle el broche a su discurso
(“Mamas y canalleros: resto es jodo”),
el padre que se ataba los cordones.
Después bocinas e inodoros, baños,
y la vieja mucama que extraviaron,
como Firs del Jardín de los Cerezos.
Precisamente esto es el pasado.
La sinagoga mínima, los vidrios
regados por el piso, los fotógrafos,
las franjas en el patio decorado,
el chico que tocaba su trombón
recién improvisado con un clip;
y vos, que por primera vez, de pronto,
parecías cansada: en un rincón
olvidada de todo, ajena a todo
salvo a tu cara en el espejo, pálida
como el pasto debajo de una piedra.
Y entre las tumbas me detuve a ver
que cada rosa brota de su tallo
infestado de espinas, tiburones.
Bandera de conveniencia (Joshua Edwards, por Manuel Duarte)
Amigos:
Quería describirles todo
en cartas, pero como ya saben
me sentía abrumado y sólo les mandé
postales con monumentos
por vergüenza de mis impresiones.
No sabía describir los peces en el agua
o los pájaros en el cielo, la caída del sol
o la santidad de la luna. No tenía nada que valiera
la pena decir sobre nada con excepción del mar,
que me hacía acordar a un alcaucil.
Vi miles de especies nuevas de plantas
y no aprendí ninguno de sus nombres.
Aun bajo cielos poblados de tantas estrellas
desconocidas, me quedé mudo
y descortés como una nube.
Ahora que volví a la que es casi mi casa,
empiezan a encajar algunas piezas
y aparecen imágenes: un casquete de hielo
en movimiento, capas de jardines tardíos,
dos atados de leña y un fueguito.
Última carta (Robin Myers, por Valeria Mussio)
S. y yo nos fumamos un porro y nos quedamos en la cama pasando el dial de la radio. Yo no entendía nada, es decir, no podía procesar lo que escuchaba, solamente observar con mis oídos las palabras que al unirse formaban un objeto visible, aunque misterioso. Escuché a un relator deportivo jordano que chillaba por un gol errado, pero no pude captar que estaba hablando en árabe. Después sintonizamos otra radio en ruso y pregunté: “¿Ruso, no?”, y S. me dijo: “No, árabe”, sin inmutarse. Yo me puse mal y le creí. Dejó un rato largo un programa en hebreo que se negó a traducir. Después vino una especie de programa de autoayuda religiosa, y la voz distorsionada del oyente que llamó le preguntaba al rabino, según S., ¿por qué la gente sólo sale a manifestarse cuando está enojada, por qué no inundamos las calles cuando llueve y expresamos masivamente nuestra gratitud por el agua? Y el rabino le dijo, Para eso rezamos.
¿Alguna vez te da la sensación de que tu cuerpo no está del todo hecho de materia sólida? Como si hubiera una actividad que el cuerpo debería hacer en relación con las superficies que toca, aunque sea para confirmar que en efecto están relacionadas, pero de alguna manera cumple con esa responsabilidad a regañadientes. Como si sospecharas que en cualquier momento te podés disolver, pero igual después no te disolvés nunca. Es difícil de explicar.
Hace dos noches, S. y yo soñamos con lo mismo, que nos íbamos de mochileros juntos. Yo soñé que estábamos en Libia, que poco a poco y sin explicación se fue transformando en Colombia. Parábamos en un hotel con habitaciones destartalada y vitrales y campos de flores silvestres ahí nomás, afuera, donde en un momento de desesperanza, yo salía a correr. S. soñó que estábamos en un micro lleno de soldados. En los dos sueños, yo lo dejaba.
“Dormimos con brújulas en nuestras manos”, dice W. S. Merwin. No sé muy bien dónde va el énfasis: si en dormimos o en brújulas. (Vos dirías: para mí que va en nuestras).
El insomnio, cuando se comparte la cama con alguien que sueña, se parece a la indefensión de soñar, si bien constituye su opuesto. Es una casi invitación a compartir los miedos o la lujuria –u otras cosas, pero sobre todo miedo y lujuria– de la otra persona, a la vez que un recordatorio de que vos no tenés, ni podrías tener, nada que ver con eso. Es algo muy solitario, casi aburrido. Se me hace un nudo en las tripas, me quedo sin palabras, de tanto amor y tanto agotamiento, cuando me acuerdo. De cómo, cuando estaba enojado, el silencio le cubría todo el cuerpo y tomaba posesión de él, como si lo poseyera; le cerraba los ojos, le enmudecía las manos y literalmente lo dormía. Nunca dormí con alguien que soñara así: balbuceaba palabras, movía las manos, pateaba. Completamente vivo, pero absolutamente interno. A veces le tenía miedo, lo envidiaba, me preguntaba si alguna vez iba a llegar a saber, con o sin palabras, quién era él de verdad. Creo que en cierta medida lo sé, al menos hasta donde es razonable decirlo, y siento su forma y su andar y su sombra y su calor del otro lado del mundo. Lo sé: pero eso, ¿no será decir que sé algo sobre la forma del mundo? ¿Y cómo será el vértigo que le espera a una persona que se para al filo de esta insistencia, y se empeña en estirar las manos?
Sin señas particulares visibles (Kato Molinari, por Gabriela Clara Pignataro)
Desciendo vertical
y empinada
de genoveses telúricamente avaros.
Como,
sueño,
padezco de caries.
Poco sé de cheques,
giros, órdenes de pago y afines.
Casi nunca uso el teléfono para decir
te quiero, o sí, soy feliz.
Mis noches suelen ser despobladas
y bordeo un nuevo cumpleaños
sonámbula,
febril,
agresiva.
Un despertador redondo
se encarga diariamente de cortarme
la provisión de fantasía.
Vengo.
Voy.
Coqueteo.
Lloro.
Desafino.
Rememoro a Alberto y al Gringo.
Nada doy.
Poco recibo.
Voy.
Vengo.
Vegeto.
Sufro a veces.
Impiadosos y gárrulos créditos
acreditan mi elegancia de empleadita.
Conozco el mar,
la sierra,
la nieve,
el atardecer sombrío.
Mi infancia con sobresaltos
yace abandonada
en una cajita de escarpines.
Mi vida en la ciudad
consiste en una torpe sucesión
de oquedades.
Conozco, sin embargo,
el mar, la sierra,
el atardecer sombrío.
Y hasta donde alcanzan a llegar
los ojos lúbricos de la policía federal,
mi cuerpo carece de
señas particulares.
Preparativos para una festividad (Kato Molinari, por Zaira Nofal)
Estoy preparándome dignamente
para celebrar el primero de mayo,
dignamente
Ya compré cigarrillos
bombones,
perfume y
hasta un libro en serio
Acabo de desconectar el manoseado teléfono
y rompí todas las boletas de tintorería y afines
Engullí, mientras perfeccionaba los detalles
doscientos gramos de lujuriosos caramelos
He de cablegrafiarle a mi madre
una frase, una sola frase ¡salud, jubilada!
he de resistirme al baño matinal
a los espejos y a los despertadores
Calzaré chinelas y le diré a mi amor
que ese día no, porque no, porque nunca se sabe
y saldré en enaguas al balcón
para excitar al vecino de enfrente.
Por obligación (Kato Molinari, por Melina Alexia Varnavoglu)
Si yo tuviera que escribir por obligación
intentaría un folletín de horror,
crimen y castigo por entregas
o una novela con amores incestuosos y
suicidios tramados como filigranas.
Si tuviera que cantar por obligación
remozaría algún viejo aire español
para desafinar hasta el delirio.
Si por obligación tuviera que sembrar legumbres
plantaría bulbos y ofrecería
solemnes ensaladas de azucenas.
Si me obligaran a reír mostraría la lengua
y haría carantoñas con los pies.
Si me obligaran a estudiar historia
me abalanzaría sobre la tuberculosis de Nefertiti
y la lascivia de Napoleón.
Si por obligación tuviera que amar
lloraría todo el día
entre bombón y bombón.
Si tuviera, en fin, que soñar por obligación
estructuraría estrictas pesadillas amatorias.
Frankenstein y yo.
Armando Bo y yo.
Le Prince Kalender et moi.
Frigerio Rogelio y la que suscribe.
Por ahora tejo guirnaldas
para mis mórbidos brazos.
No, no (Kato Molinari, por Gabriela Borrelli Azara)
No, no,
no, no.
Esperar a que llegue el verano
es tan insensato como quedarme aquí
apoyada sobre tarjetas postales de que disfrutaron otros.
El espíritu es una entidad contradictoria,
hasta maldita.
Fórmula infalible para gozar del domingo (Kato Molinari, por Florencia Defelippe)
Elíjase el domingo
más triste y más feo del mes,
que habrá sido debidamente precedido
por un sábado tedioso,
vacío,
insultante.
Olvídense los amores trágicos,
la agigantada soledad
y la inestable condición de empleadita.
Olvídense también los vecinos de enfrente
y rechácense los llamados del chismoso balcón.
Diríjase, tiritando,
a la pileta de lavar,
previo transporte de toda la ropa sucia.
Inicie la labor
procurando tararear "La vie en rose"
o "Sus ojos se cerraron".
Sus vecinos aullarán.
La discordia interdepartamental
quedará así instaurada.
Inmediatamente eche mano del jabón
y de sus escasas fuerzas.
Observará, a continuación,
sobre la superficie mugrienta del agua
muchos desfachatados globitos o pompas.
Evite destrozarlos, nunca se sabe...
Cuando llegue a la etapa del enjuague
suspenda todos los cánticos y loas al Señor.
Escuche solamente los latidos de su corazón solitario.
Luego, a fin de que la tarea no resulte ingrata,
preste oídos a
esos ruiditos
delgados,
breves, angostos,
rítmicos:
sólo sus manos de usted son capaces de generarlos,
con la pacífica intervención del agua corriente.
Son los gorgoritos.
Disfrútelos, estimada señorita.
Comprenda que muy pocas lavanderas dominicales
y aun de las otras
han sido informadas sobre la
existencia de tamaña maravilla.
Otra clase de toxinas (Kato Molinari, por Micaela Szyniak)
Examen exactitud exacciones no quiero verlo más
es venenoso y él lo sabe
Confitería con primer piso esto quiere decir
con montacargas esto quiere decir con billares
con soplones de la policía esto quiere decir
con baños dudosos con mozos ladrones ocasionales
Esto quiere decir con algún muerto invernal e intempestivo
esto quiere decir con plantas artificiales con miradas insolentes
busconas distraídas con miradas que se despidieron de mirar
esto quiere decir con cerveza con maní y aceitunas verdes
Esto quiere decir con cristales empañados
urgencia de toda índole esto quiere decir con
decepciones y estrategias renacimientos obstinados
Esto quiere decir luces que se apagan
persianas que se cierran el descanso del neón
la oquedad del espejo esto quiere decir que
llega la reina noche y hace lo suyo
Lo suyo lo tuyo y lo mío
Esto quiere decir por nosotros gran apiadada
Últimos días del año (Kato Molinari, por Malena Saito)
Se me escurre como un pez, se me escurre como
un pez, felicidad, tonta. Siempre visita a
los otros. El camino no es el que tomé. El estanque
está sin agua, un incendio arrasó la arboleda
Y mi gato criollo, pura panza, puro instinto y
suspicacia está pupilo en otra casa porque no
fui buena madre, así como leen.
Un canto para Iemanjá (Eduardo Mateo, por Nora Benaglia)
Tumba la la le le y olé y hola
Tumba de hola qué tal cómo te va
Tumba de ola del mar que el viento trae
Trae la espuma en la ola y al llegar
Iemanjá...
Ie mar lindo Iemanjá
Sol y azul del verde mar
Son de un tambor y el sol tumba la la
De la flor en tu día Iemanjá
Del pescador que hoy sale a navegar
Haz que vuelva con vida Iemanjá
Iemanjá...
La poeta compara la naturaleza humana con el mar del que venimos (Mary Oliver, por María Vañó Ferrer)
El mar puede hacer locuras, puede ser delicado,
es capaz de tenderse a respirar como la seda
o de sembrar el caos hasta la orilla; puede hacer
regalos o mezquinarlo todo; puede crecer, bajar, echar
espuma como un frenesí de fuentes, o puede
endulzarte los oídos. Yo misma soy capaz de todo
eso y, no lo dudes, vos también, vos también.
Tan arduamente el mar (Idea Vilariño, por Fernanda Maciorowski)
Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.
Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso…
Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo…
Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
Padre de mi silencio.
Al mar hay que decirlo (Baldomero Fernández Moreno, por Yaissa Jiménez)
el mar es un hecho que el hombre no puede pasar por alto
hay que volverlo palabras
hay que hacer del mar un sonido que te salga de la boca
un dibujo de letras que te parta el corazón
ahora van a ver qué fácil
yo les voy a decir
el mar
uno va por el camino y de pronto el mar
sale del cielo para abajo
está duro liso cobrizo vertical
uno ve el mar y qué
es algo innecesario rebuscado
un mero color puro
con la tierra y el cielo bastaba para envasar la tarde
pero el camino se derrumba al mar
y el mar te punza la cara se mete en tus sentidos
entonces te das cuenta
lo importante del mar es que viene a la tierra
hay una fuerza que se apoya en el horizonte y se proyecta
hacia aquí
viene y se rompe en la roca
la vertical gira como hélice lo liso se eriza lo cobrizo se irisa
el mar se particulariza se desparrama se deja chupar por la
playa
lo duro se fragmenta en un millón de besitos
aquel mar general resulta ser una cita con vos en la costa
un hecho neto de tu biografía
este momento de tu respiración
entonces no es el mar
yo no decía el mar en tanto rompe sobre la orilla
no decía tu retina ni tu epidermis
qué me importa el mar trepando tu pie
yo preguntaba por el mar por el mar
a ver si le puedo sacar el parecido
parece la pampa pero con alambrados de espuma
una palma de mano que sostiene las nubes
una almohada para la cabeza de dios
el ojo de buey por donde mira dios desde su camarote
el ojo de la tierra
una rueda con cámara de horizonte
la línea de flotación de todos los buques
la tumbadora que golpean los nadadores
el refugio subterráneo de las playas
una bailarina deshecha
el ruido líquido la parte más baja del cielo
o el verdadero cielo y estamos al revés las estrellas se
cayeron arriba
o el verdadero continente y aquí nos ahogamos
si el mar fuera todo eso sería lo que no es
entonces cuál es yo preguntaba por su tejido de adentro
por el mar por el maaar
desde el cielo las olas pierden énfasis
solo configuran la curtida piel del mar
flota un barco al sol como un insecto acuático
la rompiente no grita al abordar la tierra
solo manifiesta su impotencia de seguir mar con una
marginal protesta de espuma
es tan evidente que la forma de la costa depende de la tierra
que el mar es una extensa pero débil objeción del agua a la
tierra
a estas alturas todo se pone demasiado abstracto
el cielo siquiera tiene nubes
el mar solo tiene mar
qué manera de estar esto ya no es el mar
las nubes perfeccionan momento a momento su explosión
silenciosa
solo ellas son humanas están más vírgenes más besables por
arriba
el mar no existiría si las nubes no lo necesitaran para
proyectar su forma
las nubes determinan un cielo de arriba y otro de abajo los
dos con puntitos blancos
el avión elegante vuela gozando el sol
que permanece arriba sin llegar a los hombres
sin embargo las nubes se rasgan se dispersan
y el mar triunfa sigue abajo sin una fisura
pero yo no quería decir ese mar sus componendas con la
tierra y el cielo
con el sol con la sopa de nubes
yo quería decir el mar
no resbalar entre los planos del silencio
cerré los ojos ahí estaban las mismas nubes
entonces volví abajo para mirar el mar desde el mar
puse mi tiempo en agua por el ancho de un océano
el buque habló humo el mar contestó espuma
al mar hay que decirlo yo insistí
queriendo una vez más restablecer a palabras mi equilibrio
con el mundo
ahí estaba esa cosa verde
la miré la volví a mirar la seguí mirando hasta que se me
disolvieron los párpados
pero el mar seguía consistiendo en la exagerada redondez
del horizonte
el paisaje infinito no será para verlo
en vano el hombre se arroja contra él
rebota y vuelve a sus sensaciones orgánicas
a sus dedos amarillos de tabaco a la cutícula irregular de
sus uñas
ya viene la noche a relevarme ya te cubre de sí
mar como si no fueras lo bastante oscuro
a lo lejos la tierra alardea de faros
como si ella fuera tan clara
en vano tus olas se me aplastan contra los oídos y me
La ola (Adrienne Rich, por Fernanda Mugica)
para J.B.
Devolverte esta ola
es devolverte
el dibujo
en negativo
estriado, salpicado
de una capa más negra
y oscura de la mente
de la que es el emblema
No sólo de la furia creadora
de la espuma más blanca
el caldero de todo lo que vive
sino el vacío que subyace ahí
Al pensar en el mar pienso en la luz
que es encaje y aguja para el agua
que oleadas de visiones encabritan
penetrando en la gruta más profunda
Pienso en las vidas que tratamos de vivir
encerradas en nuestras escafandras,
cuerpos que se iluminan a sí mismos
al resguardo de toda turbulencia
y en cómo, de milagro, fracasamos